LATINO, OTRA ANÉCDOTA ATLANTIANA

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Por Arturo Mesa
(…de la serie Los Atlantianos)

Atlanta.- Cuando la doctora preguntó que qué me pasaba ahora, le dije: «doctor, parece que mi estómago está tan feliz con el cambio de dieta que no se quiere deshacer fácilmente de lo que como», y entonces me recetó un laxante y algunas pruebitas para por si acaso. Por cierto, nada más de ver el laxante, el estómago se llamó a capítulo.

Como deben haberse dado cuenta, cuando escribo lo hago para que, en medio de sus cotidianidades, se diviertan un poco con mis aventuras y a veces reflexionar. Esta historia tiene ambos objetivos.

El asunto es que me han dicho que mis experiencias son buenas porque mis «padres» yumas son blancos y yo mismo parezco también medio blanco, aunque los documentos oficiales dicen “Latino”.

Las tres recepcionistas del hospital que me toca por el seguro del Parole eran negras. El hospital es de los mejores de la zona, se llama Emory, o sea, nada de zona de negros. Me recogió una enfermera negra y me hizo el procedimiento de los signos vitales el peso y otras boberías.

Mi doctora es negra. Me mandó un análisis de sangre, que no comiera tanto pan, ni tanta comida frita. Luego negociamos, yo me comprometía a comer frutas y tomar agua, y ella me dejó el café y una cervecita (¿doctora usted se imagina no tomar cerveza en el país de la cerveza?). La mujer del laboratorio también era negra.

El laxante lo tuve que recoger en una farmacia de mi barrio porque así funciona el sistema. Allí me atendió una preciosa joven mulata, que dejó de hacer lo que hacía para enseñarme por qué mi seguro no cubría el medicamento pero que estaba allí y que, además, me recomendaba otra cosa para alternar porque ella sufría de lo mismo. Vaya, de lo más agradable la joven. Al final, el seguro sí cubría los dos como bien me enseñó el de la caja (negro) incluso medio ocurrente porque había comprado un champú y me preguntó si yo soñaba con que el seguro también cubriera el champú. Pagué por todo y me fui.

Ahora veamos qué pasó cuando llegué a mi casa. En los bajos del edificio hay una dulcería y me compré un croissant por el hambre que traía y para verle los ojos a la que vende ahí. ¿Y cómo creen que me dio el croissant la rubia de ojos azules? ¡Frío como la pata de un muerto! Vaya que el personaje blanco de esta aventura no fue precisamente el que me hizo feliz ayer.

Mis teorías (y mías solas) se mueven por la idea de que, como las broncas por los derechos civiles se dieron y se originaron aquí, quizás los tiros van por otra parte en esta ciudad. Yo noto mucha aceptación. No digo que no haya racismo pero salga al Beltline y dígame cómo está la mezcla allí. Quizás no suceda igual en otros estados pero aquí me parece notar inclusión.

Cuando me toca trabajar los domingos me encanta ver a las señoronas negras llegar al restaurante con sus sombrerones y sus vestidos, luego de asistir a la iglesia. Aquello parece un carnaval en miniatura. Incluso en el mismo restaurante tenemos gerentes blancos y negros, meseros blancos y negros y un utility con tipo de blanco aunque los documentos oficiales dicen “Latino”.

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