Por Jorge Núñez
Pinar del Río.- Abel Prieto y otros voceros del régimen en el ámbito cultural se quejan constantemente de la supuesta colonización cultural. En mi criterio, en realidad no existe tal cosa. Simplemente algunas manifestaciones de la cultura de otros países ocupan los vacíos y las grietas que han provocado en la cultura nacional estas últimas seis décadas de castrocomunismo.
No existe en los Estados Unidos un funcionario en una oscura oficina diseñando una estrategia de colonización cultural contra Cuba, eso es ridículo. Sólo existe una cultura que está manifestando los síntomas del agotamiento de la presión ideológica, de la censura, de la pérdida de valores, de la emigración, de la prolongada miseria, de la intolerancia y carencia de diálogo, de las instituciones obsoletas y del actuar por decreto, de la cara de Rogelio Polanco en todas las reuniones de los artistas. Se están sufriendo todavía las consecuencias de comisarios políticos como Luis Pavón, y las fisuras provocadas por las palabras de Fidel a los intelectuales, el Caso Padilla y el Quinquenio Gris. Heridas causadas por la sovietización, por los libros de Konstantinov, por el realismo socialista gris y chato, por el materialismo impuesto y la persecución política.
La cultura tiene a su servicio la Casa de las Américas, la UNEAC, las escuelas de arte, el ISA, la ENA, la red de casas de cultura, los talleres literarios, la AHS, las becas y los concursos. Pero la cultura cubana se siente pobre y hueca. Hay muchos premios nacionales de literatura, que la gente apenas conoce ni busca con avidez. Muchos poetas actuales cuyos libros no se esperan con ansías por el público, ni pasan de mano en mano. Muchos que cantan pero que no dejan huellas.
La cultura es, esencialmente, un fruto del espíritu. Y el espíritu precisa de la libertad. La mayor eclosión de la cultura cubana, en todas sus manifestaciones fue durante la etapa republicana. A pesar de ser apenas seis décadas, marcadas por los males que el castrocomunismo siempre busca hiperbolizar, existía una libertad que nunca se ha vuelto a conocer. A pesar de todo, sí era una sociedad libre.
Los actos tienen consecuencias. La lógica perversa que ha tratado de negar la existencia de Celia Cruz, Reynaldo Arenas, Guillermo Cabrera Infante, que hizo sufrir a Lezama Lima a Virgilio Piñera y a otros tantos, es la misma que ha provocado que un burócrata elevado al cargo de ministro por obra y gracia de las truculentas ridiculeces de la revolución como Alpidio Alonso, actúe como un represor tumbando teléfonos. Toda esa maldad envenena la cultura, se filtra como un líquido viscoso por sus instituciones, anquilosa la creación, corta alas, apaga los ánimos, degrada, y corrompe.
La cultura parece cansada porque es la voz de un pueblo que está cansado. Le falta energía, garra, capacidad de estremecer. Carece de la libertad del espíritu. El materialismo oficialmente impuesto ha tratado de ocultar o mutilar las raíces cristianas de la cultura cubana. Pero al hacerlo, se pierde la capacidad de asimilar en su verdadera hondura y riqueza la obra del Padre Varela, de José María Heredia, o de Dulce María Loynaz. El ateísmo es también un prejuicio, y un empobrecimiento. No hay un verdadero crecimiento de los valores espirituales de una Nación ni de sus manifestaciones culturales, si se niega la Trascendencia, donde se encuentran el origen y la plenitud del Espíritu.
No tiene ningún sentido preocuparse por la colonización cultural. Para que nuestra cultura se desarrolle y despliegue sus verdaderas potencialidades, sólo se necesita una sociedad libre, un clima que favorezca la amistad cívica, una educación orientada al crecimiento, una República construida sobre las bases del decoro y la justicia, y el respeto a la dignidad de la persona humana. Todo lo demás vendrá por añadidura.