Por Jorge Luis García Fuentes
Hermosillo.- Este es el único premio literario que tengo, y casi lo había olvidado. Estudiaba en el bachillerato, mandé un cuento a un concurso provincial, y ganó. Nunca más me volví a empatar con un premio por escribir literatura.
No me quejo, en verdad me alejé del sueño de publicar libros por muchos años y me dediqué a los guiones teatrales y audiovisuales, que sí me reportaron algunos premios de relativa importancia —apenas un año más tarde, en 1985, me dieron una honrosa mención en el último concurso nacional de humorismo para radio y televisión que llevaba el nombre de mi ídolo, Marcos Behemaras—, y mi vuelta a la narración ocurrió un poco tarde, quizás cuando ya mi estilo personal, historicista pedante, irónico e incorrecto (¿o sólo no tan bueno?), ya no pegaba igual en los grandes jurados literarios en castellano.
Dice mi mujer que no tengo paciencia para los concursos, que me desanimo muy rápido cuando mando una novela a trescientos setenta y cinco premios y sigue sin ganar. Quizás tenga razón y deba insistir en seguir el consejo que por ahí por el 2005 me diera Daniel Chavarría: «tienes que mandar tu libro a concursar a España, una y otra vez. Novela, por supuesto», me decía en los bajos del Centro de Prensa Internacional (antigua Casa de la Cultura Checoslovaca), con un vaso de ron en la mano, «a nadie le interesan los cuentos»…
Lo cierto es que, después de sacar fotos y documentos de un escaparate en la casa de mis padres, al menos recupero el orgullo de haber resultado alguna vez triunfador en un certamen literario, de toda La Habana, aunque este fuese convocado por el modesto ayuntamiento de Marianao y su maltratada Casa de Cultura. Y con un cuento, vaya, que ni yo mismo recuerdo de qué se trataba.