ESTADO DE GRACIA

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Por Ernesto Sierra

Sevilla.- Ya es madrugada pero no me embarga el sueño, más bien la tranquilidad tan parecida a lo perfecto, al estado de gracia, si es que eso existe.

De todas maneras, mañana hay que hacer y me concentro en los últimos minutos de película, metido en los ojos de Manny Torres, tratando de seguir los veloces fotogramas responsabilizados con resumir la historia del paso del cine silente al sonoro, a ritmo de vértigo.

Difícil antología, pero eso lo pensaré después; ahora me sobresalta una imagen en blanco y negro, un rostro de mujer que pasa fugaz, casi inasible a la mirada. Pienso que tal vez sí tengo sueño y que el duermevela de la madrugada me ha jugado una mala pasada: me ha parecido ver la cara pálida y angelical de Eslinda Núñez en la imagen barroca y romántica de la Lucía, de Solás.

Debo haberme quedado dormido un instante, el suficiente para que la memoria afectiva jugara con un recuerdo, un fantasma. No pudo ser Eslinda, no pudo ser Lucía. Dado el contexto hollywoodense, seguro fue Wynona bajo la mirada gótica y romántica del Drácula, de Coppola.

Atrás y adelante un rato que me parece eterno hasta atrapar el escurridizo fotograma; es Eslinda, es Lucía. No voy a hablar de Babylone, ni de Margot Robbie y Brad Pitt, del metraje del filme; tampoco, de cómo llegó ese fotograma al final de la película de Damien Chazelle. Sobre eso hay suficientes comentarios en la red; pertenecen al mundo de la razón.

De momento mi casi estado de gracia se ha trocado en desvelo, y sé que me espera un resto de noche lidiando con viejos fantasmas llamados por la magia del cine. Aquella que me hacía quedarme a leer los créditos, en los cines de mi infancia, porque no quería que acabara.

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