LA DIFERENCIA ENTRE LÁSTIMA Y COMPASIÓN

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Padre Alberto Reyes
Florida, Camagüey.- Hay una diferencia muy marcada entre la lástima y la compasión. La lástima es solo el sentimiento doloroso que nos embarga ante los padecimientos y las desgracias de los demás, la lástima nos conecta con el sufrimiento del otro, pero se queda ahí. La compasión, por el contrario, da un paso más, porque no solo implica conectarnos afectivamente con el dolor del otro sino buscar hacer algo por aliviar de algún modo ese dolor.
El Evangelio de hoy nos habla de un leproso que tenía que estar tan desesperado que rompe todas las reglas legales a las que tenía que estar sometido para acercarse a Jesús, un hombre sano, y suplicarle por su curación.
Jesús, dice el Evangelio, sintió compasión. Jesús supo ver no solo la angustia por la enfermedad padecida sino el vacío de la soledad, del aislamiento de aquel hombre. Por eso, no solo lo sana de la lepra sino que, al hacerlo, lo toca, provoca un contacto que humaniza.
La compasión no es completa si se queda en la sensación de pena por el otro. La compasión implica la acción en favor del que sufre.
Tal vez, por ejemplo, en algún momento hemos comentado la soledad de una persona que se ha quedado sin familia, y nos apena esa persona pero, ¿y si lo visitamos?
Tal vez somos conscientes del hambre que pasa una persona porque está sola o porque su familia no se ocupa, ¿y si le llevamos algo de comer?
Tal vez en algún momento nos viene a la mente el frío que tienen que pasar los indigentes en invierno, ¿y si buscamos solucionar el problema de uno de ellos?
Cuando vemos a Jesús recorrer las páginas del Evangelio, vemos que no deja el dolor o el problema sin solución: se da cuenta que una multitud hambrienta que lo ha estado escuchando va a tener que marcharse con el estómago vacío, y les da de comer; pasa por Naím y se entera de que ha muerto el único hijo varón de una mujer viuda y, por tanto, condenada a la mendicidad, y resucita al muchacho; convierte el agua en vino en Caná, resucita a la hija de Jairo, protege y humaniza a la adúltera… Hace, actúa, y con ello, cambia la realidad del que sufre. Es este el mejor modo de Jesús de mostrar que la misericordia de Dios ha llegado a este mundo.
De nada sirve al que sufre nuestra pena, si no le tendemos la mano. Vanos son nuestros días y las huellas cotidianas que dejamos si no quedan impresas en el esfuerzo por levantar del dolor y la miseria a aquellos que la vida ha tratado o está tratando con más dureza.

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