Por Esteban Fernández Roig
Miami.- De pronto queremos lucir bien porque hemos hecho un gran descubrimiento y hasta a nosotros mismos nos cuesta trabajo entender el verdadero motivo de querer elegantizarnos.
El trajecito que mi padre llamaba “el apéame uno” y mi madre “el dominguero”, me sirvió extraordinariamente.
Con él podía presentarme en convivios, fiestas de 15, y hasta en velorios, sin ser invitado y nadie rechazaba mi presencia.
Tenía una sola camisa blanca de cuello y mi madre la mantenía lista, pulcra (esa palabra “pulcra” era de ella) lavada, puesta en la tendedera a secar, almidonada y planchada.
Mi padre tenía 16 corbatas de seda en su chiforrober a mi disposición, poseía tres pantalones de salir, unos zapatos negros y otros carmelitas. Lustrosos. “Ingelmo”…
Había un Notario Público llamado Luis Sánchez que constantemente casaba parejas y ahí me encantaba colarme. Si usted se casó a finales de los años 50’s en esa notaría búsqueme en sus fotos del evento.
Tenía unas camisas que les decían “guapitas” y unos pantalones “pitusas”, brincos de alegría di cuando los Reyes Magos me trajeron dos camisas McGregor que sólo eran utilizadas en ocasiones especiales.
Quise unos zapatos de dos tonos, pero mi padre no me complació, simplemente me dijo: “No te preocupes, yo te voy a dejar los míos de herencia”…
A los 11 años sin tener un solo pelo en la cara comencé a afeitarme, descubrí que necesitaba desodorante, y la cabeza me la embaturnaba con brillantina “Tres Flores”, porque cogí tremenda pejiquera de parecerme a Elvis Presley.
Vaya, es el momento crucial en que dejamos de lado todos los juegos infantiles porque hemos descubierto que existe algo muy lindo en la vida llamadas MUJERES , y comienza la época de acicalarse, hasta ponerle GUERLAIN al pañuelo, para agradarles a ellas.
Y durante toda esa bella etapa jamás olvido a la primera de ellas que vi semi desnuda: Brigitte Bardot en “Y… Dios creó a la mujer”… En el cine Campoamor en la cuarta fila, butaca del medio.
