Por Jorge Sotero
La Habana.- El periodista uruguayo Fernando Ravsberg apeló a Facebook para cuestionarse la situación de la prensa cubana, con un post sobre los constantes debates a los que llaman los dirigentes gremiales, sin que se note transformación alguna, y medio día después los comentarios de los que se sumaron a la polémica dejan muy mal parado al sector y a los que dirigen la prensa, los del Partido Comunista.
«Desde que llegué a Cuba estoy oyendo debatir a los periodistas sobre la necesidad de cambiar la prensa pero, 3 décadas después, se mantiene el mismo modelo», escribió Ravsberg (), quien tuvo enseguida la respuesta de sus seguidores, entre los cuales se encuentran algunos que trabajan en los medios y que no dudaron en darle la razón al suramericano.
Y tiene razón el otrora corresponsal en La Habana, que ahora vive en Cuba a tiempo completo, porque constantemente la dirigencia de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) anda a la búsqueda de programas de superación para sus miembros, o incluye en las agendas previas a los congresos de la organización, y en los congresos mismos, temas que generen polémicas sobre cómo cambiar lo que se hace desde los medios de prensa, sin que aquello pase de un poco de debate en el que unos se rasgan las vestiduras, y otros llaman a la cordura.
Todos esos movimientos, como aquel eslogan de «Mejor Periodismo, más revolución», solo persiguen mantener entretenidos a los generadores de opinión, para que no se conviertan en críticos abiertos del sistema, para que no investiguen lo que verdaderamente ocurre en Cuba, o para que se hagan los de la vista gorda ante la situación real del país.
Los periodistas saben, conocen, pero no escriben ni dicen, porque es tan férreo el control sobre ellos que quien saque una pata, se la cortan. Y no lo hace directamente el departamento ideológico, una eficiente estructura de supervisión que controla todo a través de sus estructuras por todo el país. Para sancionar tienen en sus manos los mecanismos más sutiles y a los peones mejor entrenados.
Le dan a la directora de Granma, Yailín Orta, todas las prerrogativas, pero le advierten desde el primer día que su puesto está en el aire, que si se equivoca, lo pierde todo. Y todo es carro, gasolina suficiente como para ir a Varadero cuando le dé el deseo, hoteles para ella y su familia y algunas otras migajas más para mantenerla comprometida hasta la médula. Lo mismo hacen con el poeta de Juventud Rebelde, uno de esos que solo sabe hacer loas del sistema y sus dirigentes.
Y por ahí para abajo, se encargan de poner al frente de los medios a dirigentes del partido tronados, a los más serviles periodistas, a anormales que solo saben repetir lo que dicen quienes mandan, sin cuestionarse jamás nada, como si la dirigencia estuviera tocada por una varita divina que le impide equivocarse.
Para llenar los espacios, apelan a la muela, al sermón constante, a las campañas momentáneas para que los periodistas piensen que llegó el momento del cambio, de la transformación, de hacer cosas diferentes, pero todo eso se muere enseguida.
Y entonces, de vez en cuando, reparten unas computadoras por medios. No más de cinco, para que salgan las bajas pasiones, para que se chivateen unos a otros, para que saquen a relucir todos los trapos sucios, incluso infidelidades. También, cada dos o tres décadas, reparten algunos carros, como pasó en 1998. A uno por medio de prensa importante, para generar intrigas y odios, bajas pasiones, divisiones… porque aquello de que «divide y vencerás» lo aplican al pie de la letra.
En fin, Ravsberg solo ha puesto el dedo en una llaga que no sana, ni sanará jamás. Y lo peor es que los dirigentes ya no encuentran a quien poner como dirigentes del gremio. Para el último congreso, Ricardo Ronquillo, el presidente de la UPEC, quería dejar el puesto, y Enrique Villuendas, el encargado de la política de cuadros de la organización, le insistió tanto que siguió en el cargo, pero no encontraban vicepresidentes, y no tuvieron más opción que darle una a Bolivia Tamara Cruz (vaya nombre), una villaclareña a quienes en Santa Clara consideran una mediocre, y a Juan Carlos Ramírez, una papa sin sal que estuvo más de una década detrás de un buró, tramitando documentos.
No voy a hacer referencias a los comentarios en el post de Fernando Ravsberg. Solo dejaré el link para los que quieran leerlos, incluso opinar, porque el tema se presta para verter en él opiniones, incluso para aquellos que trabajaron para el gobierno y un día decidieron abandonar el barco, no porque presentían que se iba a hundir, sino porque se dieron cuenta de que llevaba un rumbo equivocado.