Por Arturo Mesa ()
Atlanta.- —Mijito, es que ya tú no tienes 20 años —me dijo la doctora Ross—. La vista se va debilitando a tu edad —añadió—; es un proceso normal.
—Doctora, pero es que ahora, es cuando yo estoy empezando a ver bien las cosas; vaya de unos meses pa acá —le respondo—. ¿Cómo me va a decir que ahora es que yo no veo bien?
La doctora se reía de cualquier cosa que yo decía, no sé por qué, pa mí que la caí bien. Sobre todo, desde que entró a la oficina y por poco se me caen los espejuelos.
Me la había recomendado “mi mamita”, y nos fuimos a verla porque lo cierto es que me empezaba a molestar la vista.
El proceso allí fue muy organizado; me recibió un oficinista, me tomaron los datos y luego me pasaron a un buró para asuntos más técnicos que tienen que ver con las medidas de los espejuelos. Allí había un joven muy elegante y educado que me hacía preguntas y escribía en otro formulario. Por último, llegó una muchacha que me condujo al salón de las pruebas. Yo pensaba ella era la oculista, pero no. Era solo una asistente que realizaba los exámenes técnicos antes de verme la doctora Ross.
Me pasaron como por seis equipos y hasta me repitieron una prueba en uno de ellos porque no podía ser que a mi edad ese fuese el resultado ¡Qué poco me conocen! Pal jueguito y la competencia, búsquenme a mí. Había que hacer clic cada vez que temblara la pantalla y en mi mente yo estaba aniquilando alienígenas. ¡Parece que salvé al planeta Tierra!
Terminado los exámenes pasé a una oficina con la silla de rigor y a los pocos minutos, irrumpió en aquel espacio la doctora Ross… ¡¡LA DOCTORA ROSS!! Ya dije que casi se me caen los espejuelos y ella parada en la puerta viendo el espectáculo de aquel tipo intentando que no llegaran los lentes al piso. Hasta me preguntó medio sonriente si yo estaba bien.
—Mejor que nunca –le dije más sonriente aún—. Aunque creo que tengo problemas en la vista. Pero debe ser de cerca porque a usted ahí en la puerta la veo divina, quiero decir divinamente, vaya, que la veo bien—. Por más que yo quiera, a veces no encuentro la tecla con la que logro callarme.
Ella entró, se sentó al lado mío y ahí es donde me dice que ya yo no tenía 20 años y que las pruebas daban algo en el ojo derecho. Ni me acuerdo, algo refractario que tiene que ver con la vista de lejos.
Acto seguido enciende la luz de la pared y salen las letricas diminutas que ellos usan. Ojo izquierdo, muy bien, derecho, adivina tú lo que dice ahí. Uff estoy grave.
—Ves —me dice. Luego se me acerca y me pide que mire para su oreja porque va a revisar ambos ojos. Y sigue Arturito sin lograr callarse
—El pelo no me deja verle la oreja, doctora. No sé dónde está.
No solo se veía bien la doctora, olía muy bien, además.
—Pues sí, el derecho necesita más aumento —confirma ella. Ahí me da una explicación técnica de la que yo no entendía nada.
—Te voy a hacer la receta y los puedes recoger en una semana ¿está bien?.
Entonces me hace una pregunta rara, si tengo quién me lleve a casa y lo primero que pensé era que me estaba ofreciendo llevarme a la casa y hasta me puse nervioso, por poco le digo que no, que soy huérfano, pero en mi bobería recordé que me había dilatado la pupila (por cierto las gotas te las echan con los ojos cerrados) y la claridad me iba a molestar.
—Sí, una amiga me trajo –no le iba a decir: “me trajo mamita”.
—Entonces vuelve a pasar por el muchacho de la puerta para que te dé lo que necesitas y te haga el check out.
—Gracias, doctora.
Salí, llené la información, recogí mi comprobante y la cosa esa para el sol que ven en la foto. El hombre me midió el rostro para las armaduras —demasiadas medidas, ya yo estaba medio tenso, y al final me preguntó si necesitaba algo más o algún colirio.
— ¿Colirio? —me salió lo de Cubano—:Bueno, a menos que venga la doctora de nuevo –le dije, pero tengo la sospecha de que el hombre no entendió. Cogí mis espejuelos para el sol y me fui a casa con mamita.