Por Joel Fonte
La Habana.- En frente de mí, a unos metros y parado en pose arrogante en medio de la calle, observo a un militar entorpeciendo el tránsito de los vehículos, y advierto que «algo» ocurrirá…
Entonces veo acercarse a un grupo pequeño, unas decenas -no una multitud – de niños de una escuela primaria, escoltados por varios militares y algunos civiles, al parecer maestros, que los hacen gritar «Viva Fidel», «Viva Martí», «Viva la Revolución…»
Lo hacen con desgano, sin entusiasmo, desacompasadamente, y tan pronto desaparecen en la esquina, el bochornoso ruido se apaga…
La imagen no solo es surrealista, absurda, sin sentido, sino una reproducción gráfica de la Cuba que debemos impedir que siga existiendo…
Porque en la estrategia de manipulación y mentiras que estructuró tempranamente el régimen de los hermanos Castro, concebidas como medios de control social, la figura del Apóstol de nuestra independencia fue el eje de toda esa acción criminal del castrismo, que lo tomo como fundamento de la más amplia y prolongada ideologización de la sociedad cubana, del adoctrinamiento más salvaje, más cruel y fiero…
Colocar a la par a Martí y Fidel Castro no es solo una aberración intelectual, una constatación del desconocimiento del pensamiento humanista, independentista y libertario de José Martí, sino un actuar delincuencial de quienes pretenden humanizar la figura de Fidel Castro y oscurecer el legado de tragedia económica, política, social, cultural, humana y de todo tipo que su dictadura dejó.
Es un legado de lenta muerte de una nación, que aún persiste, y que amenaza con extinguirnos como pueblo.
Martí se labró un camino a fuerza de genialidad, de duro trabajo, y fue capaz de unir el esfuerzo y la voluntad de los mejores hombres de su tiempo a fin de lograr la independencia de Cuba de la corona española.
Fue abogado, escritor, periodista, poeta, diplomático, pero sobre todo un apasionado de la libertad, un hombre que perseguía para sus contemporáneos una vida sin las cadenas de la esclavitud impuesta por otros hombres.
Castro, en cambio, sustituyó a una dictadura -la de Fulgencio Batista-, por otra, todavía más cruel. En el Batistato estaban conculcados muchos derechos políticos, pero subsistían las instituciones democráticas de una República que se construía paso a paso, a pesar de los reveses.
Pero Fidel Castro arrasó con toda huella, todo vestigio de democracia; instituyó un régimen autoritario, autocrático, al frente del cual instaló su apellido. En un espacio de menos de 10 años, Fidel y el grupo de delincuentes que apoyaron sus actos, pasaron de arrebatar derechos políticos a los cubanos, a quitarle hasta un sillón de limpiabotas a un pobre trabajador.
Con esa masiva estatalización, que incluyó como prioridad el silenciamiento de la sociedad a través de la confiscación de los medios de información privados, su régimen se garantizó la censura institucional, la impunidad para todos sus crímenes.
Hoy, cuando esa estructura criminal que es este régimen, ha llevado a los cubanos a una situación extrema en la que las necesidades más básicas, como alimentarse, transportarse, recibir servicios de salud, electricidad, agua…apenas son satisfechas, cuando las penurias asfixian la vida de cientos de miles de ancianos que están completamente abandonados; de mujeres que se quitan la vida para no ver sufrir de hambre a sus hijos; cuando son cerca ya de medio millón los cubanos que en los últimos dos años han huido de esta tierra, el pensamiento y obra de José Martí están más vivos que nunca antes y nos son necesarios como armas.
Se trata, sin embargo, eso sí, de llevarlo a la acción, de no asumir solo un Martí teórico y elocuente, sino además al hombre de acción que probó ser con su propia vida. Y eso significa hoy levantar la frente y el puño contra la dictadura que pisotea nuestros derechos.