ECONOMÍA DE GUERRA

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Por Jorge Fernández Era
La Habana. —Municipio, aquí Gobierno. Cambio.
—Gobierno, aquí Municipio. Le copio. Cambio.
—Copie la nueva orientación que llegó desde La Habana: «Estremecer al país desde lo económico, y también desde lo espiritual». Cambio.
—Hablando de estremecimientos: aquí hay un terremoto con la situación del arroz, ya las tres libras que dimos pasaron a mejor jugo gástrico. Un emprendedor local se ha hecho de dinero vendiendo versiones remasterizadas de películas de Ichi: a la gente se le hace la boca agua viendo las bolas de arroz que se come el samurái japonés ese. Cambio.
—Hay que explicar a los que consumen esa chatarra ideológica que las películas de Ichi son parte de la colonización cultural. Es deber de los instructores del Partido Municipal «reforzar el trabajo político-ideológico, a partir de la transparencia en la gestión del diálogo, sin autoritarismo, entendiendo que todo criterio es válido, y que no basta con limitarnos a resistir, sino que ante cualquier adversidad hay que avanzar». Cambio.
—Eso mismo le digo a mis subordinados: que ante el precio que han alcanzado los frijoles tendrá que darse como válido lo de comer el arroz en esferas, como hacía el samaritano nipón. Eso, si el camión que traslada las libras restantes avanza sin adversidad para acá. Cambio.
—Lo de menos es el camión, cuadro. La población tiene que imbuirse de que «Vamos al socialismo, no hay vuelta atrás». Cambio.
—Acláreme eso, jefe. Yo creía, quizás por ser víctima de la colonización cultural, que hace rato pasamos el socialismo. Cambio.
—El tránsito se ha complicado, créame. El camino lo frena esta economía de guerra, que no es otra cosa que decidir la mejor manera de distribuir los recursos del país con el fin de alcanzar la victoria sin dejar de responder a la demanda local. Cambio.
—Usted me ordenó el mes pasado conducir a la Unidad de la Policía a todo el que salga a la calle enarbolando demandas locales. Cambio.
—Me refiero a la demanda que regula la oferta y viceversa. Cambio.
—Y yo a lo que ahora mismo pide una multitud: que acabe de entrar el camión con el arroz. Cambio.
—El cargamento está en camino, pero no queremos combinar su entrada en esa ciudad con la visita que efectuarán muy pronto Canel y el compañero Morales. Si coinciden, sería imposible distinguir cuál de los hechos despierta más entusiasmo. Cambio.
—¡¿Otra vez?! No hace ni dos meses que nos cayeron. Cambio.
—La nueva visita es «para desatar nudos y encontrar soluciones que permitan avanzar con mayor celeridad». Cambio.
—Si al camión le desatan los nudos y avanza con mayor celeridad, los sacos se vienen abajo. Cambio.
—El recorrido (el de Canel, no el del arroz) pretende demostrar que «Cuba sí puede avanzar y crecer», «reflexionar sobre la implementación de las prioridades trazadas por la dirección del país para superar los principales desafíos, y buscar las maneras de que las experiencias exitosas, las que prueban que sí es posible superar problemas, se expandan a otros espacios y colectivos». ¿No hay experiencia provechosa por allá? Cambio.
—Aquí se logró hace diecisiete años que la leche para los niños llegue fresca a las bodegas. Lo del vaso para todo el que quiera tomárselo no sé qué decirle, porque hace rato que esa tarea no se chequea. Cambio.
—Ni se les ocurra. Ya bastante tienen con el problema del arroz para trasladar el debate hacia el arroz con leche. Hay que comprender que «las proyecciones del Gobierno para corregir distorsiones y reimpulsar la economía durante este año marcan un antes y un después», son decisiones «necesarias para poder empezar a ordenar la economía». «Hay que enamorar, hay que encantar, explicar lo que representa formar parte de la vanguardia», «trabajar sin triunfalismo, sin burocracia, sin consignas vacías, con frescura». «Cuba puede ir más allá de la resistencia rasa, puede crear e incluso aspirar al bienestar y a la felicidad», ha dicho el presidente. Cambio.
—¡¿Dijo «incluso»?! ¿El bienestar y la felicidad implican un «también», un «además», no son la «razón de»? Con esos truenos temo que no acabe de entrar el puñetero camión de arroz, la gente pierda la «resistencia rasa» y se ponga a exigir otra cosa. Cambio.
—¿Exigir qué? Cambio.
—Ya se lo dije: cambio.

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