KIKI Y LA COMIDA DE PERROS

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Por Arturo Mesa (De la serie… Atlantianos)

Atlanta.- Hoy tuve el día libre y me fui a comprar comida. Me encanta un mercadito que se llama Trader Joe’s. Es pequeño, tiene de todo, pero no en grandes variedades, o sea no te atormentas con las opciones. Dos o tres tipos de carnes, de pescados, de frutas, de bebidas y ya.

Otra cosa que me gusta mucho es que allí casi todos los que trabajan son mayores y tienen por norma establecer conversación con los clientes. Lo sé porque una vez apliqué al lugar y allí me lo explicaron todo. Al final me batearon, pero la culpa fue toda mía, mostré demasiada inseguridad a la hora de definir horario, yo solo quería dos o tres días y me ofrecieron tiempo completo. Ahí se me cruzaron los cables y supongo se notó.

El lugar también me encanta porque pagan un poco por encima de la media en la ciudad y el ambiente se siente muy agradable desde que cruzas la puerta.

El hecho fue que me fui a buscar mis hierbitas y cuando voy a pagar, el de la caja le está mostrando fotos de su perro a dos mujeres, a las que parece, estaba entrenando para trabajar allí.

Llego a la caja y como les expliqué, el hombre tiene que interactuar conmigo
̶ ¿Y usted no tiene perro, señor?  ̶ me pregunta.
̶ Sí ̶  le digo ̶.
̶ ¿De qué raza?
̶ Yo tenía ganas de decirle “de la peor que se ha inventado” pero solo le respondí: “Un pequinés”.
̶ ¿Y cómo se llama su pequinés, señor?
̶ Kiki.
Entonces me dice: ̶  Pero hoy no le compró comida a su perrito.
̶ Es que nosotros no somos de aquí; el perrito se quedó en casa con mi esposa ̶  le digo, y utilizo una frase que suele congelar conversaciones ̶ . Yo estoy de viaje de negocios.
Pero la conversación no se congeló…
̶ ¿Y qué come su perrito?
Mi respuesta fue automática. Ni pensé lo que dije y todavía lo lamento:
̶ Lo que aparezca. Muslito, picadillo, boniato. Le encanta la pizza pero en realidad hasta arroz pelao se ha tenido que comer Kiki.

Silencio sepulcral. Yo creo que la tienda se paralizó, no sé si por la pizza o por lo de “lo que aparezca” y aquellas mujeres me miraron como si yo fuera el carnicero de Auschwitz. Ahí recordé que lo de los animales en este país es algo muy serio y a nadie se le ocurre darle arroz y mucho menos pizza a una criaturita tan noble como Kiki.

El hombre trató de arreglar aquello porque era lo que le tocaba y me lanzó otra pregunta devastadora, lo que ya yo estaba preparado.

̶ ¿Y no hay tiendas de alimentos para mascotas en donde usted vive?
Ahí mismo dejé que la pregunta flotara, recogí muy lentamente mi tarjeta y mi comprobante, levanté mis dos jabas de compras, y miré a cada uno de mis interlocutores detalladamente, (creo haber visto miedo en las miradas) y les dije
̶ En donde yo vivo no hay tiendas de alimentos pa personas, qué va a haber pa mascotas.

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