Por René Fidel González García
Santiago de Cuba.- La crisis demográfica cubana, aunque gravísima y sin paralelos autóctonos, es esencialmente un aspecto de la crisis política.
No hay política pública que pueda resolver esto como problema porque hacerlo remite por necesidad a la solución de la contradicción que la genera, que en nuestro caso es la ausencia de igualdad y la exclusión y discriminación política.
El concierto de las crisis que enfrentamos como sociedad es en realidad la expresión y consecuencia de la decadencia de un modelo de concentración, gestión y monopolio del poder que ha jerarquizado de un modo extraordinario – y vuelto casi endémica – una cultura política antidemocrática.
Ella ha sido capaz de corromper nuestras prácticas sociales y personales -y viciarlas- como ejercicios de autoritarismo, despotismo y soberbia, cuando no en meros escenarios para egos desbordados y dañados.
El problema es político, fundamentalmente político y no económico, pero es civilizatorio.
Es preciso reivindicar social e individualmente ese núcleo mismo de la civilización en Cuba que ha sido siempre desde la institución y garantía de la igualdad política la democracia.
El drama de cientos de presos políticos, su soledad y sufrimiento, el de la angustia de ellos y sus familiares, es apenas un capítulo de la auténtica tragedia que significa para los ciudadanos, para su vida política y social, la ausencia de igualdad política.
Ella pende sobre todos nosotros e inexorablemente también sobre nuestro futuro donde quiera que estemos, ahora o más tarde, en nosotros o contra nuestros descendientes, en ese propósito de clausurar o posponer de forma interminable el acceso a la época en que gozar del derecho a la igualdad político no sea -ni pueda ser- un privilegio, una vergüenza o una triste y evidente disociación.
Foto: Obra de A. Ponce de León