Por Anette Espinosa
La Habana.- Para los cubanos es normal que los medios del gobierno no hagan mención a la realidad del país. Es habitual que la radio, la televisión y los periódicos floreen con cumplimientos de planes, visitas de dirigentes, aniversarios de hechos históricos, para cuyas celebraciones gastan cientos de miles de dólares, como en el transporte en avión a Santiago de Cuba para escuchar a Raúl Castro. Eso es habitual.
Sin embargo, en Cuba están acreditadas todas las agencias de prensa importantes del mundo y algunos de los periódicos más leídos, y estos hacen mutis sobre feminicidios, asesinatos, crímenes policiales, y todo eso que ocurre y que colegas suyos reportan desde cualquier otro país del mundo.
Pero en Cuba no: en la Cuba del castrocomunismo hacen silencio y se limitan a levantar alguna publicación de X (otrora Twitter), o a levantar informaciones de los medios oficiales, asistir a reuniones, y solo muy de vez en vez meten el dedo en la situación cubana.
Mientras, los robos, los atracos, los asesinatos y las desapariciones campean por su respeto. Los cubanos se enteran por las redes sociales, sobre todo por Facebook, porque han montado un sistema que permite que estos hechos corran como la pólvora de un perfil a otro, y de ahí llega a los medios independientes, que terminan por mandarlos a sus páginas, muchas de las cuales no se pueden ver desde dentro de Cuba.
La cantidad de feminicidios, los suicidios, la gente en la calle pidiendo limosnas o husmeando en la basura, se convirtieron en habituales para los corresponsales de los medios extranjeros, muchos de los cuales son cubanos, quienes, por temor a enemistarse con el régimen y perder la acreditación y por consiguiente el salario, hacen oídos sordos a todo lo que pasa.
Los hoteles de Cuba, inclusos desde los cayos, han amanecido sin lácteos de ningún tipo, sin huevo o pescado, y los turistas han expresado su protesta, pero el mundo no se entera, por el silencio triste y cómplice de los medios. Solo algunos influencers dicen la verdad.
En Cuba, unos viven como reyes -los que dirigen o los que se han pasado la vida robando- y otros como mendigos, entre ellos médicos, maestros, profesionales de los más disimiles, y eso nunca es noticia para los medios foráneos. Eso sí, si Raúl Castro -o el doble- se aparecen en la Plaza el 1 de mayo, enseguida mandan titulares a sus centrales, con fotos y no sé cuántas cosas más.
Muchos de esos son habituales del bar de Sandro Castro, o amigos de Alex Castro. Con este último van a provincias en esas visitas «coordinadas» que les ofrece la dictadura para que vean la realidad de Cuba, pero no la realidad que deberían buscar, sino la que les muestran.
La prensa extranjera acreditada en Cuba -no toda, claro, pero si buena parte de ella- es cómplice de lo que ocurre en Cuba. Ya sé: no es culpa que los cubanos tengamos el mismo gobierno por 65 años, que pasemos hambre, que haya represión, miles de presos políticos, crímenes, violencia, robos, pero de alguna manera tienen complicidad, porque, de lo contrario, cómo se explica que en Europa y no sé cuántos lugares del mundo crean que la isla es el paraíso terrenal.
Vivir en Cuba es un infierno. Esos que representan a medios extranjeros lo saben, porque compran en las tiendas cubanas a precios tres o cuatro veces más altos que en sus países, donde los salarios pueden ser hasta 100 veces superiores, pero no dicen nada.
Ya sé que van a clínicas para extranjeros, pero no estaría mal que se dieran una vuelta por los hospitales de los cubanos. El mundo tiene que saber más de Cuba. No es tiempo de silencios.