Por Alejandro Bonachea
La Habana.- El viejo Basilio es un setentón adorable, que lo único que ha leído en su vida ha sido el Granma, y que cree todo lo que sale en el libelo del Partido Comunista. Para él, lo que diga el rotativo de marras es una verdad absoluta, aunque Emma, la esposa, se lo reproche siempre.
-Vaya, viejo comemierda -le dice-, allá va de nuevo a repetir todo lo que dice el papel ese, que ni para limpiarse sirve.
Basilio es buena persona. Toda la vida vivió de su trabajo, como puntista en el central. De eso nadie sabía más que él. El oficio lo aprendió de niño, porque su padre también hacía lo mismo y creo que hasta su abuelo. Dice que el olor a melao del ingenio no se le olvida nunca, que es algo que llevará consigo hasta el día que se muera. A veces, cuando amanece, se para en el portal y mira al norte, a donde estaba el central, con la única intención de ver salir el humo por la chimenea.
Pero ya no hay humo. Tampoco hay chimenea y mucho menos ingenio. Donde estuvieron todas aquellas edificaciones, las estructuras de hierro, el basculador, los pozos donde se guardaba la miel, solo hay hierba, escombros y a veces basura, que los vecinos de los biplantas, los edificios que están detrás, lanzan allí. A veces le prenden fuego y cuando Basilio ve el humo, piensa que puede ser el central. Él sabe que va a morir y tal vez nunca más sienta el olor a melao, aquella fragancia que lo enamoraba desde niño, cuando iba a esperar a su padre a la salida del turno de trabajo.
Al viejo Basilio aún lo llama el reloj biológico a las cinco de la madrugada, porque a esa hora despertaba cada día, para tomarse un café, desayunar e ir al central. Siempre hacía el mismo turno, el de siete de la mañana a tres de la tarde. Y luego, cuando regresaba, se iba a jugar dominó tres horas a la casa de Pelencho, el viejo flaco de la esquina, donde se armaban unos piquetes generacionales buenos. A veces, incluso, se tomaban unos tragos de alcohol de central, rebajado, y ligado con naranja agria, que María, la esposa de Pelencho, servía con semilla y todo.
Pelencho murió el año pasado. No pudo soportar mucho tiempo vivir sin María, a quien se la llevó el coronavirus, porque nunca hubo oxígeno que ponerle. «Si hubiera habido oxígeno, se hubiera salvado», decía Pelencho después, cuando cabizbajo, se ponía a hablar de ella. A Pelencho la vida lo llevó recio. Solo tuvo un hijo, Rodolfo, y lo mataron en Angola en 1980. O al menos eso le dijeron, porque él nunca pudo hablar con nadie que fuera testigo de los hechos. Murió en una escaramuza, le dijeron, y él pobre viejo, que cuando aquello no lo era tanto, pensó siempre que había sido poniéndole el pecho a las balas, porque su hijo no le tenía miedo a nada.
Una vez se subió en la chimenea del central con los que la limpiaban, y tenía como 16 años. Cuando se lo dijeron, María y Pelencho se querían morir.
Ahora Basilio no tiene con quién jugar dominó. El que se quedó con la casa del viejo Pelencho, lo primero que hizo fue cortar la vieja mata de mango, a cuya sombra se jugaba. Solo muy de cuando en cuando, cuando cae la tarde, se reúnen unos muchachos a jugar, y Basilio se pone detrás. El ritmo de ellos es demasiado rápido para él y se le van jugadas. Ya tiene 78 años y pesan. Solo cuando falta uno, se le ocurre sentarse, y siempre aclara que ya tiene mala memoria.
Ayer estaba a la mesa y uno de los muchachos leyó en el celular que se habían quedado en España 12 miembros del Ballet Nacional. El chico lo leyó con normalidad y luego dijo que a ese ritmo no quedará nadie en Cuba.
-Eso no es así -dijo Basilio-. Yo no he leído eso en ninguna parte. Granma no lo ha dicho y lo leo todos los días.
-Mi viejo, Granma nunca dice nada. Si fuera por el Granma, el central aún estuviera cumpliendo el plan de la zafra, aunque ahí no queda ya ni un muro -le dijo el que estaba sentado a la izquierda sin levantar la cabeza. Y luego agregó:- ¿Granma dice que Sandro Castro tiene un bar, un Mercedes Benz, que se va de turismo a cualquier lugar y que viven los Castro como ricos?
-Muéstrale el vídeo del nieto de Mariela Castro alardeando de mansión, piscinas, autos y dineros -dijo el primero, y le pidió que lo buscara en Whatsapp, que se lo había pasado por allí, y que estaba en Youtube, donde algún influencer lo había comentado.
-Basilio -le dijo el tercero, mientras le ponía la mano en el hombro-, este país está muerto. Acá solo vive una familia y los pocos que le hacen el juego. El muerto está a patada, los crímenes, lo mismo de mujeres que para robar, no hay comida, no hay nada. Por no haber, no hay ni azúcar y usted sabe que antes eso estaba botado. Si en mi casa no había azúcar, yo me iba a una de las tolvas vacías y sacaba de ahí una pila de libras. Y ahora ni eso.
-Hijo, yo me crié en este sistema…
-Yo también. Pero porque no tuve más opciones. Me hubiera gustado vivir en cualquier lugar, hasta en Haití. Porque no sé si usted sabe que los cubanos van a Haití a traer ropa y cosas…
-Lo sé, claro. El hijo de Emma, el que vive en La Habana, que tuvo de su primer matrimonio, va todos los meses. Él es quien me manda los medicamentos para la presión y la insulina para ella.
-¿Ve, Basilio? No lea más el Granma, viejo. No lo reciba más. Si usted quiere, yo le traigo todos los días el teléfono y le leo las noticias de verdad, las que dan otros medios, las que salen en las redes…
-Yo no tengo teléfono. Y no creo que nunca pueda maniobrar con uno -dijo Basilio en un lamento.
-Mi mamá tiene un teléfono que no usa. Es el viejo, porque mi hermano le mandó uno nuevo y dejó ese para «por si acaso». Se lo voy a pedir y se lo daré. Si quiere dinero, le diré que es para usted, porque ella lo aprecia. Nunca se le olvida la vez que salió de la escuela, de la primaria, y estaba la cañada crecida y usted la cruzó en el hombro y luego la llevó hasta la casa…
-Pero ese no fui yo…
-Claro que fue usted. Yo también lo recuerdo. Ese día yo no fui a clases, porque estaba con el estómago malo, y lo vi llegar a usted con mi hermana chiquita. Fue en los días en que mi papá estuvo preso porque dicen que había matado una vaca y era mentira. La vaca la mató aquel descarado que era policía en Cárdenas y querían que pagara mi papá.
-Creo que recuerdo algo, sí. Bueno… voy a ver si aprendo con los teléfonos, porque es verdad que el Granma dice cosas que no son, y cada vez son más. De hecho, Emma siempre me dice que no lo lea, que todo es manipulación y mentira.
-Emma sabe, viejo. Todo el mundo lo sabe en el batey, menos usted, porque usted siempre ha estado en lo mismo, y usted se la pasa sembrando pepinos y ajíes en el patio, o limpiando las 20 matas de yuca que tiene al lado de la cerca, o las matas de maíz, o haciendo puré de tomate con el que siembra con Berto en el conuquito de al lado de la línea. Pero eso no es vida, mi viejo.
-Si no hago eso me muero, hijo…
-Pero usted trabajó mucho y la jubilación debería alcanzarle para vivir. Y entonces, tal vez hiciera eso como un hobby. O sembrara flores por placer, o criaba gallinas, o conejos, pero no dependería de ellos para vivir. Mire, Toño, el que trabajaba con usted en el central, el padre de los mellizos y el tuerto -el de los Carmenate- se fue hace dos años para Estados Unidos, y dicen los vecinos que ya tiene jubilación, que el gobierno le paga como 700 dólares y que le da bonos de comida y alimentos.
-Granma dice que en Estados Unidos la gente de se muere de hambre… -intentó decir Gilberto, pero uno de los muchachos lo interrumpió.
-Granma no dice ni una verdad. Créame, se lo digo yo y usted sabe que yo fui dirigente de la FEU y de la Juventud, y sé de lo que le digo. Todo es una mentira.
-Muchachos, echamos un dominó o me voy, que Emma me está al llamar y ya es tarde. Además, en el noticiero del mediodía dijeron que en la noche va a llover…
Un trueno lejano retumbó en dirección al batey, sobre el poblado que estaba más allá, y unas nubes negras asomaron en lontananza.
-¡Viejo, ven, que se enfría la sopa, y ese caldo frío no hay quien se lo tome! -le gritó Emma, y Basilio se levantó.
En la vieja silla de cabilla corrugada dejó un periódico, donde se podía leer un titular: «Poner orden en el campo garantiza mayores producciones de alimentos».
-Mira esto -dijo uno de los muchachos, el que había sido dirigente-: a este país nadie lo mete en orden, porque los Castro acabaron con todo.
El viejo Basilio lo escuchó, pero no se volteó. Solo asintió con la cabeza y apuró el paso. El tiempo se estaba poniendo malo, el aire cada vez era más fresco, como de agua, y le traía olores entrañables.
-Huele rico esa sopa, Emma. Si no fuera porque sé que es el olor de tu comida, pensaría que es el melao, que trae el viento del norte en los días de tormenta.