Por Rafael Muñoz ()
Berlín.- El lunes 16 de junio de 1986 decenas de estudiantes sudamos en el salón de conferencia del sexto piso de la Facultad de Arquitectura. No era un día especialmente caluroso como suele ocurrir en el verano en La Habana, sin embargo, mares de sudor caían sobre las hojas del exámen de matemáticas, el último obstáculo que debíamos saltar antes de dedicarnos completamente a cosas prácticas, tangibles. Por ejemplo, a la carrera que habíamos decidido estudiar, la arquitectura.
Aquel día mucha, gente con mucho arte para el dibujo tuvo que despedirse de la carrera por no poder lidiar con las dichosas integrales. Los afortunados que recibimos el “Aprobado” bajamos las escaleras gritando de alegría. Y en la escalinata que lleva al parque Ampere arrojamos los libros de matemáticas, los cuadernos, las notas y hasta los “chivos” en el cesto de basura y le prendimos fuego. Nos buscamos una jodienda por eso. El decano nos acusó de maltrato a la propiedad social y hasta de contrarrevolución, pero cuando expusimos el sublime motivo que nos llevó a ello, nuestros jueces que habían pasado ellos mismos por el mismo trago amargo, soltaron una carcajada y a otra cosa.
Han transcurrido 13 mil 729 días desde entonces, libres de cálculo diferencial e integral. He aprendido en ese tiempo varios lenguajes de programación e idioma alemán que no es poca cosa. Puedo levantar una pared de ladrillos, matar un cerdo y no se me da mal la cocina, pero nunca encontré utilidad para una integral..
Treinta y siete años, siete meses, siete días y unas horas después desde mi última integral, tuve que calcular la longitud del lado y el área de la sección de una columna con forma de octógono regular circunscrito en una circunferencia de 35 cms de radio.
Estuve tentado a usar el cálculo diferencial o el integral o los dos. ¡De veras! Si algo recuerdo es que las integrales sirven para calcular el área bajo la curva. No me pregunten cuál curva. En cualquier caso, yo tengo un octógono. Mala cosa. Revivir todo aquello me tomaría un par de horas. O par de meses. No sé.
Traté entonces de impresionar a mis colegas echando mano a la trigonometría, pero al registrar en mis recuerdos no recordaba en qué lugar de mi cabeza había guardado las fórmulas, la ley de los senos y los cosenos y todas aquellas cosas que una vez se me dieron bien, pero que hoy se apreciaban borrosas.
Para suerte mía lo primero que encontré en mi arsenal de herramientas, justo al abrir la puerta fue el arma no tan secreta de los arquitectos: la geometría.
Dibujé un círculo de 70cm de diámetro y después de trazar un par de líneas más, obtuve los 28,97cm de lado. Todo en menos de un minuto.
Siempre tuve claro que no trabajaría en la NASA, así que hoy, treinta y siete años, siete meses, siete días y unas horas después desde mi última integral, volví a guardar todo aquello y esta vez quemé hasta los recuerdos.
¿Quién carajo necesita del cálculo diferencial e integral cuando además tiene a Google?
Me bajo en la que viene. Por poco se me pasa la parada.