LOS NOVENTA Y EL AGUA CON AZÚCAR

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Por Gretell Lobelle

Mantilla.- La letanía de si nunca me tomé un vaso de agua con azúcar, me lleva a una época de la que guardo recuerdos lindos, también recuerdos de escasez y penas. Años en que comenzamos el ejercicio de creérnoslo casi todo que con el tiempo trasmutó en no creerme casi nada.

En el año 89 fui feliz. Esa felicidad de mi generación, cuando entrar a un pre vocacional para uno era «el sueño de Marti». Después de un año de estudio de verdad, no tener sábados ni domingos libres; siempre he sabido que no soy inteligente, de esas que se lo saben todo sin mucho lío; a mi me gusta tanto la guarapachanga, que me he perdido parte de un conocimiento precedente. Hay cosas que en la escuela tomaba al vuelo porque lo mío era el chucho y la jodedera con los varones, por cierto siempre me parecían mucho más interesante.

En fin, que logré una plaza en la vocacional de Matanzas. Ni se crean que de las primeras, las gozonas, pues no cogen buen escalafón. El caso es que alcancé una plaza de Química en la unidad II y mi uniforme azul que tanto anhelaba y el deseo de ser militante de la juventud (no se asombren, ser guajiro, medianamente aplicado implicaba comer esa mierda de adolescente).

En el 90′ exacto, cuando empecé la vocacional vino el derrumbe del campo socialista (la mierda dió su peste subyacente) y el destete obligatorio de mi isla. Pasamos un día de ser felices a otro donde casi nadie tenía nada, y digo casi nadie porque, entonces nos volvimos dos países: el de los simples mortales y el de los menos mortales, los que por su condición social o laboral podían tener divisas, chavitos, dígase fulas.

Eso marcaba una gran diferencia. Si ganabas chavitos de manera «autorizada» podías ir a la diplotienda, un sitio que vendía de todo, o casi todo que para la época era lo mismo. Mi familia pues podía. Hija de alguien que estaba en el grupo de los menos mortales, como diplomáticos, gente que viajaba al extranjero y otros etc, que no menciono porque ¿para qué?

Pasé la vocacional pensando, a mis 15 años, en el futuro que empezaba a armarse por aquellos años y con amistades que aún me acompañan y forman parte del macramé que es mi vida (en aquellos años no sabía lo caprichosa que es la vida). No tomé agua con azúcar, en medio de tanta escasez yo tenía más que la mayoría, también lo compartía todo. Siempre cargaba con una mochila que llevaba mucho, muchísimo más de lo que iba a utilizar, porque mi taquilla era de todo un cubículo, los cercanos.

Los sábados daban pase hasta el domingo, y con la situación, donde «in diesel we trust» de toda la vida en esta isla, irse para los municipios era una odisea, entonces para mi casa, que quedaba en la misma ciudad, siempre iba alguien y en ocasiones hasta algunos. Laura me recibía sin cuestionar cuantos llevara. No era mucho, pero al menos alguien ese fin de semana comía bien y caliente y se daba un baño como Dios manda.

En esos años fui muy parecida a mi familia más que a mi generación o a la época. Trato de no recordar. Mis recuerdos son muy distintos a los de muchos y siento cierta vergüenza. Yo no viví como la mayoría «un período especial». En esa época decidí (decisión moral, di tú) irme de la casa materna. ¡Qué monguera la mía! Después he pasao más trabajo que un forro é catre.

Yo aposté por lo incómodo, por lo difícil, por lo proletario, pero nada, no me arrepiento. Aunque a veces me digo: si me hubiera acodado en el pedigri muchos dirían «claro, si es la hija de…»

Creo que fue esta época en la que, de tanto desear ser igual a los demás, aprendí el gusto de ser simple mortal. A veces a quienes se confunden con mi desenfado y populismo les digo «no se equivoquen, que tengo pedigri » y me río gozadamente. En el 93 me bequé en la Habana. Salí de mi casa como perro que tumbó la lata. Logré coger la única plaza de ICT-B que vino a Matanzas y nunca más viví en casa de mi madre.

La vida hubiera sido muy diferente para mi. Ahora, con más de 40, pienso en «¡qué manera la tuya de comer mojones, china!». Da igual si eres una simple mortal o menos mortal, lo importante es la persona que eres en cuerpo y espíritu. El caso es que fui una menos mortal trasmutada en simple mortal, que nunca tomó agua con azúcar en los 90.

No viví la escasez del período especial. Lo que si tengo en el recuerdo y eso si me marcó y definió para siempre, el día que aquel profesor bigotudo de marxismo que era quién atendía el grupo y me decía «la hija del religioso» me dijo: «Gretel, usted no puede ser militante de la juventud.

Pues ya ven, en los 90 no tomé agua con azúcar ni fui militante.

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