Por Esteban Fernández Roig Jr. ()
Miami.- Me quedo boquiabierto cuando mis hijas sostienen que: “nuestro padre es el mejor papá del mundo”.
Porque lo cierto es que yo estaba psicológicamente preparado para ser un gran padre, pero de dos o tres varones. Y me quedé atónito cuando nació Ana Julia.
Solamente pensaba imitar en todo a mi padre, porque “de mi padre lo aprendí” siempre ha sido mi lema y mi ejemplo a seguir.
Sin embargo, mi papá no tenía hijas ni nietas. Y nos inculcó (como decía él) a ser “machos enteros”.
Nos crío en una época muy distinta, y en Güines. Mientras, criar a dos niñitas en Los Ángeles -me di cuenta a regañadientes- fue algo muy diferente.
Vaya, cuando yo estaba encaramado en el mostrador de la “Viña Aragonesa” y le decía a mi padre: “Papi, tengo ganas de orinar”, él me decía: “Dale, bájate Estebita, ni vayas al baño, ve allá atrás, al patio, mea y regresa rápido “.
Pero aquí , las veces que salí solo al parque con mi hija chiquita, ella me decía: “Dad, quiero hacer pipí”, y yo me arrebataba, tenía que salir corriendo a buscar un baño público y después buscar a una señora que entrara con ella y la cuidara.
Delante de Ana, me costó muchísimo trabajo poder acostumbrarme a ver pasar por delante a una bellísima mujer, no mirarla, no decir ni pío e ignorarla.
Allá, mi padre les hubiera dicho a su par de varones: “¡Ñooo, miren eso, tremenda jeva!”
La llevaba a “Toy r’ Us” e invariablemente iba donde estaban los juguetes de los niños. Ella me decía: “Papá, ¿tú quieres comprar toys para tu niñita o para ti?”
Y en eso llegó Sandy.
Ya cuando nació Sandra Marie, siete años más tarde, algo había aprendido; no, todavía no era cancha en la crianza de niñas, pero ya podía ir solito a una juguetería y comprarle unas muñecas y un juego de yaquis.
Y ahora, en la actualidad, muchos años más tarde ¡soy el hombre más feliz dpor haber tenido dos hembras! Ahora las dos cubanitas nacidas en Los Ángeles actúan cómo si fueran mis madres.