Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Era el dragón quien daba fuego a los habitantes de Buac. Lo hizo durante muchísimo tiempo. Miles de años Eristrel les hizo el servicio con absoluta puntualidad y además protegía la ciudad de invisibles enemigos. Invisibles porque el poderoso dragón de fuego con su sola presencia los ahuyentaba, contando luego a los pobladores dónde estaban y quiénes eran.
Solo tenía un inconveniente la valiosa protección y el invaluable fuego del colosal dragón: de cuando en cuando, a su criterio, había que ofrendarle un habitante de cualquier ciudad. Sin tardanza… En cuanto decidía que debía cenar. O ardía entera una provincia.
Hasta que un buen día… (o mal día, quién sabe, pero los cuentos dicen «hasta que un buen día») el impresionante fuego de Eristrel empezó a menguar. Poco a poco… fue haciéndose cada vez más ridícula aquella llama que en días más gloriosos hizo temblar al mundo entero.
Y como un mazazo sobre las cabezas de sus protegidos, surgió un terror para ellos más atemorizante que las ofrendas de sus mejores hijos: no sabían cómo hacer fuego.