Por Esteban Fernández Roig Jr.
Miami.- Yo nací y me crié en un hogar presidido por unos padres adivinos. Eran mejores que el gran Houdini. Ana María no necesitaba los partes meteorológicos. Solo miraba al cielo, observaba unos negros nubarrones, adivinaba y me decía: “¡Esteban de Jesús, va a caer tremendo aguacero, agarra la sombrilla!» El capitán de Corbeta Millas y el padre Goberna eran unos primerizos comparados con mami.
Iba a jugar a la pelota y me decían: “Si te deslizas bruscamente en la segunda base te vas a partir la clavícula”…
Jamás fui al Mayabeque sin que me auguraran que “Corría el grave peligro de ahogarme”…
En realidad, no eran «pesimistas” simplemente eran unos “adivinos protectores”…
Desde luego «se tapaban» diciéndome: «Quisiéramos estar equivocados, pero nos parece que…» Es decir, que, si adivinaban quisieran haber estado equivocados, y si no adivinaban estaban contentos de no haber adivinado la desgracia presagiada.
Mi padre era mejor que Walter Mercado -adelantándose a cada jugada frente al televisor- viendo un partido de pelota y a cada instante me decía : «Tú verás, tú verás que este va a tocar la bola». E invariablemente hacía suya la cábala cubana de «después del error viene el hit!”
Casi nunca me regañaban, jamás me pegaban y rara vez me ponían en penitencia. Solo «presentían las calamidades que me podían pasar si no les hacía caso».
Y si a regañadientes me daban permiso utilizaban esta advertencia : “Está bien, chico, puedes hacer lo que te dé la gana, pero ¿Sabes lo que lo que va a pasar si lo haces?”
Desde luego, fallaron muchas veces en sus predicciones, pero donde mi padre me demostró ser el más grande de los adivinos -superior a Mandrake el Mago- fue cuando me dijo desde el 26 de julio de 1953: “Ese tipo es un tremendo HP”..