LO MALO DE ESCUPIR PARA ARRIBA

SUGERENCIAS DEL REDACTOR JEFELO MALO DE ESCUPIR PARA ARRIBA

Por Jorge Sotero

La Habana.- Los viejos de mi casa y del barrio, allá en la Cumanayagua de mi infancia, decían que no se puede escupir para arriba, porque te puede caer en la cara. Esas palabras las aprendí de memoria, pero a algunos no se las enseñaron, o las pasaron por alto, como suele suceder a los que ocupan puestos de poder, a los que se creen infalibles.

El 4 de enero de 1959, cuando venía camino a La Habana, Fidel Castro se detuvo en la ciudad de Camagüey y le habló a los allí presentes. Las turbas, emocionadas y encantadas por la voz del abogado que venía desde la Sierra Maestra, aplaudieron cuanto pudieron. Pensaron casi todos que la luz de la esperanza y la libertad se abría para siempre.

Aquellas palabras tenían un simbolismo tremendo. El hombre hablaba de patria, de acabar con el hambre, la pobreza, la insalubridad, de ayudar al hombre de campo, de terminar con la represión. De ponerle fin a la necesidad de emigrar, y los presentes aplaudían y aplaudían.

«¿Cómo vamos a decir: ‘esta es nuestra patria’”, si de la patria no tenemos nada? “Mi patria”, pero mi patria no me da nada, mi patria no me sostiene, en mi patria me muero de hambre. ¡Eso no es patria! Será patria para unos cuantos, pero no será patria para el pueblo. Patria no solo quiere decir un lugar donde uno pueda gritar, hablar y caminar sin que lo maten; patria es un lugar donde se puede vivir, patria es un lugar donde se puede trabajar y ganar el sustento honradamente y, además, ganar lo que es justo que se gane por su trabajo”, decía.

El hombre que habló en Camagüey, que criticó al general Fulgencio Batista, el presidente que cuatro días antes había tomado un avión con maletas llenas de dineros y joyas y se había ido a República Dominicana, cayó poco después en lo mismo.

Siguió la pobreza, el miedo a hablar con libertad, se incrementó la represión, la insalubridad llegó a límites insospechados. En unos años emigraron más cubanos que todos los que se fueron en los 59 años anteriores y, para colmo, la patria no dio de comer. Todo lo contrario: lo que la patria -léase como la tierra fértil- producía, desapareció. Los campos se volvieron yermos y hasta los pastizales y cañaverales se los comió el marabú.

Solo la familia del hombre que habló aquel día en Camagüey vivió como le dio la gana. Entre los hijos y nietos propios, el hermano y los hijos y nietos del hermano, se apoderaron de todo. Todo lo que generaba algo pasó a ser un negocio de familia, y se crearon organismos de represión tan eficaces que los cubanos llegaron a pensar que hasta pensar podía ser peligroso.

Las prisiones se llenaron de personas que solo expresaron sus opiniones. Las escuelas se quedaron sin maestros, sin cuadernos y sin pupitres. Los médicos los exiliaron o ellos mismos se fueron. Los edificios se caían por su propio peso, y la pobreza se generalizó tanto que quien tuviera una vaca o un cerdo se podía considerar dichoso.

“Patria es el lugar donde no se explota al ciudadano, porque si explotan al ciudadano, si le quitan lo que le pertenece, si le roban lo que tiene, no es patria. Precisamente la tragedia de nuestro pueblo ha sido no tener patria.  Y la mejor prueba, la mejor prueba de que no tenemos patria es que decenas de miles y miles de hijos de esta tierra se van de Cuba para otro país, para poder vivir, pero no tienen patria.  Y no se van todos los que quieren, sino los pocos que pueden”.

Aquellas palabras del hombre cuya familia ha ostentado el poder en Cuba por 65 años, desde hace mucho tiempo pesan en su contra. A él le cayeron en la cara mucho antes de morir, cuando el país comenzó una caída acelerada en todos los indicadores económicos y sociales, aunque su maquinaria propagandística lo intentara ocultar y mantuviera el mensaje al mundo de que todo estaba bien y que la isla avanzaba.

Después de su muerte, la situación empeoró y aunque esos que intentan darles continuidad a sus ideas se refieren constantemente a él, jamás mencionan aquellas palabras que dijo el 4 de enero en Camagüey.

Recordarlas ahora vendría bien, para que los cubanos sepan que la patria prometida nunca llegó, que todo fue una artimaña para apoderarse del poder, que las promesas no fueron más que ardides para eternizar su gobierno, que fue lo único que pretendió desde el primer momento.

Aquel hombre que habló en Camagüey pudo ganarse la gloria y el agradecimiento eterno. Para eso debió hacer otras cosas que prometió, entre ellas elecciones libres, pero le pudo más el ego desmedido, el afán de poder, de riquezas, la sed de mujeres y la fama, y aquellas palabras que se elevaron al cielo de la ciudad donde nació el mayor general Ignacio Agramonte, le cayeron en la cara.

Hoy, 65 años después de pronunciadas, Cuba está mil veces peor que como él la encontró. Escupieron para arriba y la escupía les cayó en la cara.

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