Por Jorge Sotero
La Habana.- Mi hijo Abel tenía un año y medio y se hizo una herida en un pie con un vidrio que pisó en el patio, donde le encantaba ir a correr descalzo. El corte fue pequeño e intentamos en casa que sanara, pero pasaron los días y demoraba en curar definitivamente. Entonces no quedó más remedio que llevarlo al médico.
El pediatra dispuso que había que ponerle un tipo de penicilina, cuyo nombre ahora no recuerdo bien, cada ocho horas. Cuando vio aquella aguja y a la enfermera con la jeringa hacia él, se abrazo a mí y me decía: “Papá, no dejes que me inyecten”. Solo atiné a decirle que “eso no duele. Ya verás”.
Estuvo una hora llorando. Todo el tiempo que estuvimos en aquel cuerpo de guardia, esperando a ver si le hacía algún tipo de reacción. En esos minutos posteriores al pinchazo, un anciano que esperaba para ponerse oxígeno, me dio una de las más hermosas lecciones que he aprendido en mi vida.
-No le digas que no le va a doler. Le dolerá y le dolerá más porque le mentiste.
-Tiene usted razón -atiné a decirle.
-A los niños no se les dice mentiras. Tienes que decirle que le dolerá y mucho, pero que es necesario, porque es por su bien, para que la herida sane. Y luego, si te parece, lo adornas todo: que si para que pueda jugar de nuevo, para poder volver al patio, para retozar con el perrito.
-Eso debí haber hecho, pero juro que no lo sabía.
-No hagas como los políticos, que mienten siempre, aunque al momento la gente se dé cuenta de que lo hicieron. Ese es tu hijo. ¿Cuántos tienes?
-Solo este.
-Ya tienes el consejo. No lo olvides. Te lo cuenta alguien que no tuvo hijos, pero que se crió en una casa con siete hermanos menores.
-Muchas gracias.
Ese fue el diálogo. Palabras más, palabras menos. Nunca he olvidado esa conversación y he cumplido con aquel consejo a rajatabla. Mis dos hijas pueden dar fe de que nunca les mentí, y menos con las inyecciones.
“Ponte fuerte que te va a doler, pero es por tu bien, y papá estará acá contigo para cuidarte”, les decía. Incluso, una vez, cuando Claire tenía como siete años, después de una crisis de garganta, se negaba a inyectarse más, y tuve que ponerme una inyección de agua destilada en solidaridad con ella para que la enfermera la pinchara por última vez.
Siempre recordé las palabras de aquel hombre, cuyo nombre ni recuerdo. Y en estos días, revisando en los periódicos lo que dijeron los dirigentes cubanos en los diciembres anteriores, aquellas palabras me parecen el mejor consejo posible: ¿Por qué no le dicen la verdad al pueblo? ¿Por qué les mienten, cuando ni ellos mismos creen en lo que dicen? ¿Olvidan que en la vida no hay nada mejor que aquello de un día detrás de otro? ¿Piensan que la habitual corta memoria del vulgo hará que se le olviden las promesas de este diciembre o las del anterior?
¿De dónde sacó Díaz-Canel eso de que 2024 debe ser un año de inflexión y esperanza? Por lo menos él no es capaz de ofrecer esperanza alguna. Bajo su seudomandato los cubanos no pueden esperar nada bueno, cuando no sea que le llegue el parole a quienes lo están esperando para irse de una isla que se ha convertido en poco menos que un cementerio, donde se acabaron las opciones para la inmensa mayoría de la población.
Cuba no funciona. Y no es que no funcione ahora, sino que no lo hace desde hace mucho tiempo, solo que cuando las cosas te comienzan a faltar poco a poco, no lo asimilas bien. Esa capacidad de adaptación del ser humano, hace que se vaya acomodando a las carencias y logre sobrevivir, hasta que un día se da cuenta de que se vive mejor en una caverna, comiendo raíces, como algunas comunidades primitivas, que en un país cuyos dirigentes dicen ser la bandera del mundo.
Manuel Marrero no se queda atrás en eso de mentir. Les dijo a los delegados de la Asamblea Nacional, en una transmisión en vivo por televisión, que en Cuba se podía comprar hasta nueve litros de gasolina con un dólar, y que su gobierno equipararía los precios del combustible en las gasolineras cubanas con las de otros países de la región. Pero olvidó decir que en esos lugares los obreros no ganan 14 dólares al mes, ni los jubilados siete. Y tampoco que en esos países el aceite comestible cuesta la mitad que en Cuba.
Marrero y Díaz-Canel, como todos los bufones de la corte de la familia Castro, son unos mentirosos, unos embaucadores, de esos tipos que piensan que, porque ellos lo dicen, el pueblo lo va a creer. Creen que porque ellos creyeron todo lo que les dijo el desaparecido líder sobre el promisorio futuro de la llamada revolución cubana, los cubanos harán lo mismo.
No mientan. Digan la verdad. Admitan que son incapaces de resolver la situación de Cuba. Y díganle al pueblo que 2024 será mucho peor, para que no les pase como a mi hijo la primera vez que lo llevé a inyectar.