Por Pablo Alfonso (Especial para El Vigía de Cuba)
Santiago.- Ha llegado a mis manos una reflexión del trovador cubano Silvio Rodríguez, publicada en Cuba y la Economía. Casi siempre me sucede lo mismo al leer al autor de El Necio. Mi paladar no logra degustar los ingredientes que le pone el intelectual cubano.
Será que pido más de lo que él puede dar o será que sé que Silvio puede dar más y no lo da, justo por no ser como su hijo, «libre».
Silvio, nuevamente, me defrauda. En su artículo dice: «Fidel reconoció a un periodista norteamericano que nuestro modelo ya no nos servía». Más adelante explica que «tuvo el valor de reconocer su inexperiencia de los primeros años y nos dejó un decálogo presidido por la afirmación de que Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado».
Es cierto, Fidel reconoció el fracaso del modelo, pero no lo cambió. Nunca tuvo ni la más mínima intención de cambiarlo. Ni tan siquiera fue consecuente con el manido concepto de Revolución.
Silvio, tú no eres bruto, ni te hagas el inocente. Hoy no es 28 de diciembre. ¿Por qué no dices que Fidel no tuvo el valor de cambiarlo? ¿Por qué no dices que Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado y, sin embargo, Fidel no cambió el modelo?
¿Será que no tienes valor para ser frontal con el régimen de la Isla? ¿Será que quieres seguir navegando entre dos aguas hasta que partas de este mundo?
Ahora recuerdo a tu amigo Chico Buarque: «Ó qué será qué será».
Otro gran amigo tuyo, que con orgullo llevo su nombre, dejó de ser tu amigo. Dejó de subirse a un escenario tanto en Cuba como en toda Latinoamérica. Dejó de llenar estadios junto a ti. Esa desunión de los dos más grandes trovadores cubanos, la sufrimos y la sufriremos por siempre. Todo parece indicar que fue porque tú no cambiaste nunca. Te quedaste en el pasado. Envejeciste mal, como la revolución cubana, al decir de Joaquín Sabina.
En cambio, ese hombre que fundó junto a ti el movimiento de la Nueva Trova, no quiso morir como vivió. Él supo revolucionarse, supo ponerse al lado de la verdad, es decir, de su pueblo. Partió de este mundo con la mayor dignidad posible. Sus seguidores aumentaron y entonaron -y entonarán- con más fuerza que nunca, «Yolanda».
En cambio, tu obra va en picada. No creo que perdure en otras generaciones. Los jóvenes de entonces, cuándo ya no exista la revolución que tanto enarbolas, sabrán que no fuiste valiente. Que tu verso no fue el preciso, que tu guitarra nada tuvo que ver con la de Víctor Jara. Que tu canto no fue el canto de todos. ¿Qué dirá la negra de ti? No creo que si estuviera viva volviera a cantar contigo. Ni tan siquiera La Maza. Ella ya no creería en tu locura. Ya no eres ese sinsonte. Dudo que una mujer como Mercedes Sosa, que fue censurada y forzada al exilio, se prestara para eso. Me atrevería a asegurar que ni León Gieco te ofrecería su corazón.
No pretendo convidarte a arrepentirte, ni mucho menos a indefinirte. Vengo a convidarte a revolucionarte. Aún estás a tiempo.
No sigas jugando a lo perdido. Sigue siendo Zurdo ¿por qué no? Pero no esa zurda autoritaria, dictatorial. Te aseguro que serás más que diestro y nadie te arrastrará por sobre rocas.
Silvio, la era está pariendo un corazón. Cuba no puede más, se muere de dolor. Acude corriendo pues se cae el porvenir.
Nunca es tarde, Silvio, hasta tu hijo te abrazará. Te dirá, gracias padre. Y nunca olvides que cuando alguien pregunta a un artista, o a un intelectual, por ti, no son pocos los que responden: «ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta, ojalá pase algo que te borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve…