LAS COSAS DE ANICETO: «LO QUE LE PASÓ AL PROFE»

ARCHIVOSLAS COSAS DE ANICETO: "LO QUE LE PASÓ AL PROFE"
Por Nelson de la Rosa
Santo Domingo.- Esto me lo contó Don Aniceto y si él lo dice, no lo pongo en duda por increíble que parezca.
Aniceto no recuerda el día exacto, aunque tiene la seguridad de que no era fin de semana, ni tampoco lunes.
Como era habitual en esos días, estaban en la cabina del Estadio, pues se jugaba «la Provincial», cuando el chequeador del juego recibe una llamada telefónica y al colgar, nos dice:
-Mira esto, (entonces todos lo miraron) el Comisionado dice que hoy es la Gala del Béisbol en un teatro de la capital, que él no puede ir y que soy el elegido. ¿Qué te parece? Tremendo numerito.»
Entonces sus interlocutores, Aniceto incluido, le preguntan si hay alguna dificultad en ir a esa actividad y representar a la provincia en dicha Gala.
Antes de contestar a sus más cercanos, el Profe respondió otra llamada, en la que le decían que en un pueblo con nombre de fruta, el juego estaba a punto de terminar por falta de pelotas, como si las pelotas del profe fueran a resolver el problema, a tantos kilómetros de distancia.
Es entonces cuando nos dice:
– Mi hermano (así en singular, aunque éramos como tres), el problema es que hay que estar en el teatro a las siete de la noche, y en qué me voy yo de este pueblo por la tarde para estar allá a las siete? ¡Ni que yo tuviera carro!.
Dice Aniceto que pocas veces se le ocurrió una respuesta tan rápido y de una vez le soltó:
-Profe, por qué usted no averigua en el parqueo de las guaguas de los trabajadores de la Provincia? Es posible que alguna salga para la capital a eso de las 5:00 y se pueda ir con ellos.
Era ya mediodía y al profe le agradó la idea (tampoco es que tuviera muchas opciones), por lo que raudo, veloz, lleno de esperanza, viéndose ya vestido de traje en la Gala, estrechando la diestra del Comisionado Nacional y algunos dirigentes del Partido y otros representantes de organizaciones políticas y de masas, emprendió a «pierruli» los metros que lo separaban de aquel parqueo, que era realmente lo único que quedaba de aquella majestuosa instalación que una vez fue sede de un prestigioso torneo boxístico y quién recuerda hasta cuántos otros eventos más.
No pasó ni un inning del juego en aquel estadio, cuando el Profe regresó. Para entonces, me cuenta Aniceto, su cara era una mezcla de sorpresa, vergüenza, picardía y una ganas tremendas de contar lo que le había pasado «en la gestión».
Entró a la cabina y cerró la puerta, no se sabe si para refrescar su calentura con el aire acondicionado o para que ninguno de los 83 aficionados en la grada escuchara su historia.
-Caballeros (ahora sí en plural), lo que me ha pasado, sin comerla ni beberla -Así empezó, y agregó:
-Llegué, como ustedes me dijeron, y efectivamente había varias guaguas ahí, pero todas cerradas, parece que los choferes fueron a almorzar.
Sus interlocutores aún no tenían idea de lo que venía, aunque como el Profe es un tipo agradable, buen socio y hasta ocurrente, no dejaron de prestarle atención. De todas maneras, esa parecía más interesante que lo que pasaba en el terreno.
-¡Mira esto! (de nuevo en singular, siguió el Profe). Resulta que me encuentro con una guagua con los cristales oscuros, cerrada pero con música dentro. Reviso la puerta y veo que no tenía candado por lo que pensé que el chófer estaba almorzando adentro, a pesar del calor.
Ya, a esas instancias, el Profe había captado totalmente la atención de su público, incluyendo la de Aniceto, ávido de saber si su recomendación había resultado favorable.
-Muchacho, (sigue el profe) quién te dice a ti (todo en singular) que abro la puerta, subo los dos escalones y cuando miro a mi izquierda, ahí mismo, en el pasillo de la guagua, estaba el chófer haciéndole el amor a una voluptuosa dama. Entonces, con una pena del carajo, le digo: «coño, mi hermano, disculpa, yo no sabía que estabas en esto».
Y dice Aniceto que ahora seguía lo mejor, en la voz del Profe.
-Pero bueno, ya que estoy aquí, ¿tú vas pa´ La Habana hoy por la tarde?. Y el tipo, consternado, interrupto y a regañadientes, me dice: «¡Sí, chico. Yo voy pa´ La Habana hoy a las cinco y cuarto!»
Aniceto dice que se rieron mucho en aquel momento; que él no recuerda cómo quedó el juego ni si el profe le estrechó la diestra a los mayimbes de entonces, pero que la historia no se le olvida y tampoco que el profe dijo que él conocía a la dama de marras, pero que por caballero no diría su nombre.
Y mira que le pregunté a Aniceto por el nombre del profe, pero me dijo:
-Tampoco yo, por caballero, me atrevo a decir el suyo ni bajo amenaza de muerte. Eso sí, me hubiera gustado ver el cruce de miradas entre él y el chófer a eso de las cinco y cuarto de aquel día, que no fue fin de semana y tampoco lunes.

Check out our other content

Check out other tags:

Most Popular Articles

Verified by MonsterInsights