Por Ernesto Sierra
Sevilla.- Otro de los momentos memorables del año fue el encuentro, a fines de octubre, con Gabriela Guerra Rey, quien viajó a España para presentar su más reciente novela «Avándaro» (Grupo Editorial Traveler), en Madrid y Sevilla. «Avándaro» es la segunda entrega de la «Trilogía del agua», antecedida por «Bahía de sal» y seguida de «Santa Cruz», que circulará en 2024.
Además de las presentaciones previstas, pudimos organizar un conversatorio con los estudiantes de Escritura Creativa, de los grupos de 4to de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla. Casi dos horas que se hicieron cortas por el interés de los estudiantes y la dinámica conducción de mi colega, Eduardo del Campo.
En medio del intenso programa de Gabriela, encontramos tiempo para conversar, deambular, y hasta darnos una escapadita a Cádiz en busca del mar, esa presencia esencial e indescifrable para nosotros, los isleños. Pocas cosas como la inmensidad del océano para silenciar a los buenos conversadores. Y Cádiz nos regaló un día de lluviecita pertinaz -con su halo de romanticismo clásico- bueno para la introspección y la melancolía no confesa, casi vergonzante pero inevitable en una ciudad que te recuerda a La Habana y la certeza de que del otro lado, en la otra orilla, el Sol iría a ponerse, horas después, en el Malecón que vivimos en momentos diferentes, pero que sigue siendo el mismo lugar de las conversaciones trascendentes y las difíciles despedidas.
Fue un relámpago que ahora fluye en cámara lenta, retrospectiva, donde se confunden los retazos de conversaciones, lecturas compartidas, correspondencia nutrida, letras de canciones, anécdotas, recuerdos y sueños, lo normal en el equipaje de los que, como Ulises, andamos en este viaje, sosteniendo Ítaca en la memoria.
