VERSAGE

Por Alejandro Bonachea
Miami.- Siguen los toques en la puerta. Ahora son más insistentes y se escuchan alto. Los que tocan saben que dentro hay alguien, y el hombre de la habitación intenta terminar su baño, porque acaba de llegar a Ciudad México y no ha visto agua en tres días de larguísimo viaje desde el sur del continente, con escalas en varias ciudades de diferentes países, incluyendo una casi eterna en Cancún.
Luego de unos tres minutos de aparente silencio, otra vez tocan, y la puerta se abre unos 10 centímetros.
-Diga usted, o ustedes -dice el inquilino con los ojos que se le quieren salir de las órbitas, porque en el pasillo un hombre le apunta con una pistola, una calibre 38 con ambos lados de la empuñadura dorados y un letrero que dice Versage en uno de ellos.
-No intentes cerrar la puerta -le dijo el de la pistola, que ya tenía la bota colocada entre el marco de la puerta y esta.
-No tengo problemas con nadie. No tengo deudas, no he matado a nadie, no he robado y no tengo dinero. Estoy acá de paso, camino a la frontera. Nada más…, -dijo el huésped más asustado aún.
El de la pistola le dio un puntapié a la puerta. El golpe sorprendió al inquilino, que había sido golpeado por la madera en la frente. Una herida, de unos tres centímetros de largo, sangraba ahora a borbotones.
-Ponte la almohada en la frente para que se pare la sangre, y escucha esto -le dijo el hombre armado, un joven de unos 32 ó 33 años, cuando más, con el rostro duro y la mirada fría, típico en esas personas que andan cada día caminando por el filo entre la vida y la muerte.
Luego rasgó una de las dos sábanas e hizo una especie de cinta para amarrársela en la cabeza al inquilino, y le orientó ponerse de espalda. El de la habitación obedeció mientras se sujetaba la toalla en la cintura, que era lo único que tenía puesto.
-Acaben de entrar -le dijo el de la pistola a los dos que estaban aún parados en la misma puerta-. Entren y cierren que tendrán trabajo -casi les ordenó, dejando claro que era el jefe y se hacía lo que él dijera.
-¿Qué trabajo? -inquirió el herido.
-Arrodíllate frente a la cama y acuéstate así sobre la manta, sin la toalla. Vas a saber lo que es violar niñas
-Nunca he violado a una niña ni a nadie, señor -dijo el inquilino, intentando levantarse, porque en ese mismo instante se había puesto de rodillas, pero sintió el cañón frío de la pistola apretarle la sien derecha contra la cama y se contuvo, aunque agregó aún: -no he hecho nada, señor. Si quiere, terminemos esto. Me pega un tiro y todo resuelto.
-Eso sería lo más fácil y lo menos doloroso… y quiero que sufras un poco. Manuel, atácalo -dijo, volviéndose hacia uno de sus dos compañeros, que ya se había bajado el pantalón y se acercaba ‘machete’ en mano.
-No tengo dinero, pero doy todo lo que tengo acá… no me haga eso, señor -dijo el inquilino, a punto de llorar.
-Ustedes los migrantes violaron a mi hija y a mi esposa, y me prometí que cada vez que tuviera uno a mi alcance la iba a pasar mal…
-Yo jamás haría eso. Tengo una hija también… entiendo cómo debe sentirse, pero yo no he hecho nada… -dijo casi llorando.
-¡Manuelll…! -casi gritó. -Sin lástima, recuerda que te pago para esto.
-Manuel, por favor… -exclamó el inquilino, en un ataque de lágrimas, mientras Manuel le abría las nalgas con las manos y le apuntaba el cohete hacia adentro.
Un grito aterrador se escuchó en todo el hotel. El inquilino vomitó y cayó desmayado sobre la cama… Media hora después la carpetera se lo encontró en el piso, en un baño de sangre y heces, pero vivo.
-Señor Benítez… señor Benítez: Perdóneme por no haberle dicho que no le abriera la puerta a nadie, que había violadores… señor Benítez. Jesús Benítez…
Benítez, que ese era el apellido del inquilino, heredado de su familia oriental, volvió en sí cuando la carpetera le tiró un chorro de agua en la cara.
-Dios mío, si está usted herido, señor Benítez. Voy a llamar a la Policía -dijo la carpetera y desde su celular marcó un número.
-Es una llamada de auxilio, señor. Violaron a un huésped acá, en el hotel Cónsul, el que está en Insurgentes y Osullivan, a una cuadra de Reforma e Insurgentes. Lo violaron y lo golpearon tanto que está muy mal. Gracias -dijo y se volteó hacia el inquilino: -ya viene la Policía, los bomberos y la televisión.
-¿Qué? ¿La televisión? Si salgo por la televisión, demando al hotel…
-No será el primero que nos demande, ni tampoco al primero que violen. En estos hoteles no se abren las puertas, señor Benítez. Por cierto, ¿tiene mal de estómago? Se ha hecho caca ahí, en el piso.
-Mire -dijo el inquilino mordiéndose la lengua- mejor se va y me deja solo. Tengo que poner cosas en orden.
Entonces el inquilino recogió toda la sangre y la caca del piso con la misma sábana que lanzó a la pequeña ducha que tenía al frente y se tiró sobre la cama. Tenía una ardentía enorme en el culo y se preguntaba cómo los maricones podían caer en eso. Incluso, recordó al travesti que besó un día en Chile, mientras trabajaba en Uber, pero en eso sonaron las alarmas y la policía, los bomberos y la televisión irrumpieron de pronto en su apartamento.
-Vístase, señor -le dijo el oficial, que llevaba a la cintura, en su funda, una pistola de reglamento, pero entre el cinturón y la camisa una calibre 38, con ambos lados de la empuñadura dorados y un letrero que decía Versage.
El inquilino se volvió a desmayar.

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