LA FE EN EL AZAR – NAVIDAD

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Por Gretell Lobelle
Mantilla.- ¿Qué ha pasado hoy? Lo escuché decir… «Amanecí o amanezco», porque desde las 3:00 am no he dormido. Ando lidiando con cierto insomnio, pero sé lo que me sucede. Preparé café y fui a realizar mi ritual con Jorgito, como todas las mañanas. Si él no viene, simplemente cruzo la calle y le llamo. Pasé un rato con ellos y recogí mis ‘pozuelos’ de lo que va sucediendo de casa en casa durante la semana.
Lo vi con unos papeles viejos sueltos, llenos de manchas, hablando solo… «Le fui a destupir la candela a Cira, ¿qué es esa candela? Candela chica, candela grande, 66, 86, 98… La candela chica es el 6, y la verdadera candela es el 89, me quedo con el 98.»
Él fue a destupir el fogón que no prendía, así que eso es candela; entonces, el 6 es candela, pero aquí el 6 abarca una serie de cosas: jicotea, peseta, tarro, yegua, luna, cadáver, basura, café, lechuza, vacuna, eslabón perdido.
Mientras repasaba cada hoja con el dedo, permanecí en silencio. Estaba concentrado como nunca y me quedé tranquila en el sillón de hierro, bajo la mata de aguacates. Siempre es atento y solícito, aunque creo que estas cuentas y asociaciones son importantes. Odalis me mira y se echa a reír de mi semblante, de mi recogimiento, de mi silencio; yo, que suelo llegar con más palabras que un loro. Trajo una taza y compartimos el café. «Allá tú si le haces caso al loco», bromeó.
Hace tiempo que dejé de cuestionarme sobre la pobreza, más bien cuestiono al pobre. Nadie es pobre porque lo desee. Mis años en Mantilla me han permitido comprender a la gente y el concepto de pobreza. Subyace la etiqueta de que la pobreza es falta de emprendimiento, y no es así. La convergencia en sitios, familias y una serie de elementos que se conjugan colocan a uno en desventaja. Ver la carencia en blanco y negro no es saludable. Desde la perspectiva de tener lo básico, lo indispensable y un poco más, es cómodo hablar de pobreza.
La Navidad me vuelve más introspectiva de lo habitual. Es mi momento para soltar, sopesar, pero sobre todo para evaluar de manera crítica mis tolerancias. También para reconocer las bendiciones que poseo y situar adecuadamente las carencias y aspectos negativos de este mundo, de esta isla.
Para el pobre, desapegarse de lo que tiene y compartir no es un problema, porque nada tiene y está acostumbrado a vivir sin posesiones. El rico, el que vive desde una mejor posición o desde el poder, da lo que le sobra. Comprende la carencia desde su estatus y no desde la propia carencia. Compartir entre ricos y pobres es muy diferente. A veces, debemos avergonzarnos por ello. He dejado de juzgar. Sí, comprendo más a mis vecinos. Mis vecinos son las personas más cercanas que tengo. Lo tienen todo porque poseen alegría; sus carencias palidecen ante la risa y la actitud con que enfrentan la vida.
Poco a poco, viviendo en Mantilla, he ido aprendiendo a no cuestionar nada. Un día llegué y vi que solo tenían una colcha para el frío, así que me aparecí con otra. Esto no me hace mejor. Simplemente me ayuda a entender mis privilegios en una isla donde tener colchas adicionales no es común para todos.
Jorgito sigue con sus números. Esto no es un juego de azar. Es más bien como estudiar un doctorado. Me entero de que el 98 es un «bollo grande» (como si hubiera un número para el bollo chiquito), piano, visita, traición, un beso, dolor de piernas, cigüeña, perfume. Odalis me dice: «Niñaaaaaaaaa, tú síguele haciendo caso a Jorgito, te vas a volver loca.»
Estoy fascinada. Escuchar todos esos significados para un número, la combinación en una pirámide que no entiendo. La adivinación en versos que lanzan por radio me parece algo extraordinario; debo declarar mi incapacidad para entender de qué va todo eso.
No me cuestiono nada. Ni la absurda pérdida del poco dinero en juegos de azar. Ni el vicio que provoca en muchos, ni si alguien se enriquece o lucra con la necesidad ajena. El cubano bebe ron, fuma, habla mal de los otros, se lamenta, es violento y un largo etcétera.
A mí todo aquello me parece alucinante y la expectativa de poder sacar un número fijo, corrido o un parlé me da hasta emoción ajena.
El sigue con su 98: «fuí a destupir el fogón que no le prendía eso es candela entonces el 6 es candela pero aquí el 6 tiene una pila de cosas y hace tres días tiraron el 6 pero estaba el niño que cruzó la calle y guagua es 46 niño chiquito 3, me gusta perro, perro chiquito es 15 lo cierro atrás con 5 pesos».
Sabe que lo observo y me dice: «ayer por la mañana jugué 20 pesos y gané 100». Me enseña la tabla de los dioses, la cábala, me explica que el 57 hala al 65. Sigo sin entender. Dejo que haga sus combinaciones. Tengo mil preguntas que al final me guardo. No juego ni voy a jugar.
Lo mío es pura curiosidad, entender cómo se juega el poco dinero, cómo con tanta carencia y necesidad se sortea lo poco que tienen. La mayoría de las veces es más pérdida que ganancias. Entonces deparo que es Navidad, que debo morderme la lengua, no cuestionar nada.
No tengo nada que entender. La ilusión y la fe son fuerzas que sostienen y mueven a las personas. Nadie, absolutamente nadie, tiene el derecho a cuestionar la esperanza. Nadie absolutamente tiene el derecho de robarle a un ser humano la ilusión.
(Los números y significados lo fui cogiendo al vuelo, pueden algunos estar errados)

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