Por Alina Barbara López Hernández
Matanzas.- «Los discípulos son la biografía del maestro», afirmó Domingo Faustino Sarmiento. Coincido con su reflexión. Agradezco a todas y todos los que me educaron a lo largo de la vida.
Jamás he olvidado a mis maestras primarias, casi todas normalistas, casi todas mujeres negras y mestizas como es propio de mi Jovellanos natal; dueñas de una gran personalidad y firmeza de carácter: la inolvidable y querida Zobeida Somoano, que falleció hace pocos días; Isis, Lidia Uriarte, Nereida Abreu, Digna Jones, Gladys Bellman, Gladys Rueda…
Iniciado el Quinquenio Gris aquellas pedagogas, provenientes en su mayor parte de las escuelitas públicas anteriores a 1959, me educaron sin el adoctrinamiento que se haría raigal con el paso del tiempo; hicieron que amara la patria y la lectura; me exigieron hablar correctamente; me enseñaron a declamar versos, escribían obras de teatro y después las montaban y dirigían con sus alumnos; organizaban las noches martianas los 28 de enero como un gran suceso que implicaba a la escuela y las familias. Lo único que no lograron fue que me gustaran las matemáticas, pero ni un milagro podría conseguir algo así.
Durante la secundaria y el preuniversitario tuve maestras y maestros que dejaron en mí profundas huellas de afecto e instrucción: Gilda «la China», de Literatura, que me llevó a cuanto concurso literario se convocaba en la provincia; Julio Páez y Rafael «el Gordo», los de historia, que se fue volviendo mi asignatura favorita; Olga Montenegro; Carlos «el biólogo», Zuzarte, Crespo; Carabeo; Bernal…
En la carrera universitaria de Historia y Marxismo, fueron inolvidables: Margarita González, Sonia Montes de Oca, Ileana de la Tejera; Martha Lim Kim, Mirta Casañas, Teresita Sánchez, Francisco Lancho, Jorge Ortega, Jorge Lino Balceiro, Hermes Abreu…
Si sientes vocación, entrar al aula es uno de los mayores placeres que existen. El maestro, además del dominio profundo de las materias, debe ser un poco artista, confesor, psicólogo, orador, pues «una cosa es saber y otra saber enseñar», como dijera Marco Tulio Cicerón.
El buen maestro debe enseñar cómo pensar, no qué pensar. Debe contribuir a que sus alumnos sean honestos y coherentes, ya que, como aseveró Herbert Spencer: «El objeto de la educación es formar seres aptos para gobernarse a sí mismos, y no para ser gobernados por los demás».
Mi mayor aspiración es que los alumnos que he tenido a lo largo de los años, puedan recordarme como yo recuerdo a mis maestros.
Felicidades a tod@s mis colegas en el día del educador.