Por Yilian Castillo
La Habana.- A muchos de los cubanos que viven dentro de la isla, de aquellos que formaron parte del sistema, que fueron protagonistas, los matan la nostalgia y el olvido. Extrañan a los hijos que se fueron, les duele la indiferencia del gobierno, y se dan cuenta de que fueron piezas de un ajedrez jugado con una sutileza exquisita, con la intención de utilizarlos y luego lanzarlos a la caja donde descansan enmohecidos alfiles y caballos, damas y peones, hasta que la tierra se los trague.
La añoranza por aquellos años también llega hasta algunos de los familiares que ya no viven en San José, personas que se lamentan por la facilidad con que la cúpula castrista olvidó a los que les sirvieron y con los cuales aún tienen vínculos, lo mismo desde acá, desde La Habana, que desde cualquier otra ciudad, incluso del exilio.
Hace unos días fui con unos amigos a una de esas actividades que hacemos de vez en cuando por el trabajo, con el objetivo marcado de pasar un día alegre y recordar esos años en los que trabajamos en San José (en el Censa), y una joven que se sentó a mi lado me dijo que ya nadie en la capital de Mayabeque recuerda a su padre, a pesar de todo lo que hizo por el pueblo. Cuando terminó de hablar le pregunté si era hija de Gonzalo, en referencia a Gonzalo García Pedroso, el benefactor del lugar, y el hombre que llevó para aquella tierra muchas de las industrias que luego proliferaron y que hicieron del pueblo un lugar de clase media, donde se vivía bien, o muy bien.
La muchacha me dijo que no, que su padre había sido presidente del gobierno en los ochenta y secretario del partido después. Y cuándo le pregunté qué se había construido bajo sus mandatos, me dijo que no sabía. Y qué va a saber, si en esos tiempos de supuesta bonanza del sistema, lo destruyeron todo: canteras, plantas de asfalto, todas las industrias, desde las fundiciones hasta la fábrica de aluminio. Acabaron con la gomera, con la ganadería, con la planta de cerámica, con todo.
Tal vez yo esté equivocada, pero que alguien me diga qué hicieron en San José, por ejemplo, Plácido Camba, Guido Sánchez, Pedro Sáez, Pedro Pablo Piñero, Orlando González, Rebeca Ruiz, Haroldo Valenciaga, Armando Cuéllar, Gilberto Domínguez, Iván Ordaz, Yanina de la Nuez, Tamara Valido, Margarita de la Torre, Fredy Pérez, Jorge Félix Lazo, Eladio Marrero, Juan Carlos Bornoz o Sofía Macareño.
Ninguno hizo nada. Se aseguraron buenas casas, algunas en La Habana, para ellos y su familia, trabajos con carros (también para ellos y sus familias), y fiestas y buenas bebidas para los fines de semana, con alcoholes y asados, y se olvidaron de que su función era intentar preservar a San José como un lugar próspero, como un importante polo industrial, agrario y ganadero de La Habana y de toda Cuba.
Algunos de los que mencioné ya murieron. Otros aún campean por sus respetos en lugares a los que solo puedes llegar si alguien te hala, algo que hará, porque a ese alguien le diste vida antes, cuando eras el dueño de todo y podías cometer tropelías sin que nadie pudiera ponerte coto.
San José es hoy mismo un pueblo muerto, con calles rotas, sin agua en muchas partes, sin alumbrado público, y con la totalidad de sus grandes e importantes industrias paradas. Ni luces tiene el estadio y la sala polivalente es apenas un amasijo de hierros rotos, donde la mano del hombre -del que roba- se ha encargado de hacer su trabajo.
¿Qué se hizo la fábrica de cerámica? ¿Trabajan los prefabricados? ¿Y la fábrica de aluminio o Eleka? ¿Y el vidrio o Vita Nuova? ¿Qué se hizo la gomera? ¿Por qué no hay fundiciones? ¿Y las empresas pecuarias de San José?
Si sabes qué pasó con estas cosas, entre las que puedo incluir Gran Panel, o las tiendas en divisas que reparaban año tras año, o los gastos en el hospital materno y que ahora parece que se va a derrumbar, no te será difícil darte cuenta de que a tu padre nadie lo va a recordar. Primero recuerdan a José Hernández, alias Cheché, que no es mucho decir.