EL UNIFORME DE GALA

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Por Esteban Fernández Roig Jr.
Miami.- Les conté de la ropa dominguera, de los trabajos que pasaban nuestras madres lavando y planchando todas nuestras indumentarias.
Mi madre -y estoy seguro que todas las suyas- las dividía en “ropa de andar y ropa de salir”, las “de salir” eran intocables para el ajetreo diario.
Tenía un trajecito que mi padre lo llamaba “el apéame uno” y era para momentos especiales como ir a la iglesia o a una fiestecita de 15. Nada del otro mundo.
En realidad, solo me sentía “de lujo, elegantísimo y aplaudido” una vez al año. Y era el momento culminante de mi niñez cuando me ponía el “Uniforme de gala” del Colegio “Kate Plumer Bryan Memorial”.
El “Colegio Americano” era -junto a su hermana la gloriosa “Progresiva de Cárdenas”- uno de los mejores colegios de Cuba.
Después de haberme traído al mundo, alimentarme, vestirme y calzarme, nada agradezco más que los tremendos esfuerzos y sacrificios que hicieron mis padres para mandarme a esa escuela.
Debo haber tenido como nueve años cuando vi la cara de incredulidad que puso mi madre cuando le dijeron lo que costaba el uniforme de gala nuevo.
Recuerdo perfectamente las palabras iniciales de mi mamá: “Pero, este niño crece todos los días una pulgada, y vamos a tener que comprarle un uniforme nuevo cada seis meses, y total para ponérselo una o dos veces al año”.
Entonces la gran Ana María se dio a la tarea de encontrar a muchachos que ya habían salido del colegio o estaban en grados superiores y comprarle el uniforme “de uso” mucho más barato.
Yo la acompañé a cuatro casas para probármelos. Al fin me sirvió uno de un muchacho llamado Nelson Travieso que creo sólo había estado un año en el colegio.
Y créanme que los días en que me sentí más orgullo y feliz durante mi niñez fueron cuando desfilé por toda la calle Habana hasta llegar al parque central, pasando por el Cuartel de bomberos, la Viña, el bello puesto de vender revistas del maestro Ayala, llegar a la Esquina de Tejas y cruzar la calle Real.
Delante iban Tony Marín y Adrianito Lluy, y a cada lado iban Milton Sori y José Ángel Goiriena Lima.
Puedo llegar a tener 90 años, pudiera un día padecer de Alzheimer, pero jamás olvido ni olvidaré los sonidos producidos por el tambor mayor que encabezaba nuestro desfile por aquella bellísima “Huerta de Cuba”.

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