Por Ernesto Sierra
Madrid.- Como cada 17 de diciembre, en mi país, los devotos de San Lázaro (Babalú Ayé) rinden culto al santo milagroso, pidiendo solución a situaciones desesperadas, sobre todo referentes a la salud de seres queridos.
De niño me impresionaba la crudeza del cumplimiento de las promesas hechas al santo, en especial aquellas de arrastrarse por el suelo cargando cadenas y piedras, hasta sangrar rodillas y codos. A la vez me sorprendía la amenaza de mis mayores cuando, con mis primos, jugábamos con los perros: -¡No maltraten a los perros que San Lázaro los va a castigar!
Y así crecimos, entre las prácticas discretas de las familias, de una creencia que había que ocultar, y las lecciones ateístas del comunismo científico recogidas en los manuales de filosofía soviéticos. Tensión dinámica entre la fe y la ciencia, coexistencia sincrética motivada por la esperanza. Por algo dicen que es «lo último que se pierde».
Siempre que puedo busco con mis propios ojos las razones, los argumentos, -como en esta ocasión que reflejan las fotos, en que fui a «El Rincón»´-, como partícula de mi pueblo, a poner a prueba otro viejo axioma aprendido en las cocinas de mi infancia: «ver para creer, Santo Tomás».
Mis respetos hoy para todos los devotos de San Lázaro, los practicantes de la esperanza en un mundo mejor, donde la prosperidad, la paz, la libertad, la alegría de vivir sean el camino natural a la salud que tanto se desea.
