DIEZ VECES TRISTE

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Por Ernesto Ramón Domenech Espinosa ()
Toronto.- Llegar a la vejez es algo jodido. Llegar a la vejez insatisfecho, decepcionado, es doblemente jodido. Tiene que ser una gran angustia, el peor dolor, para todos esos padres y abuelos que trabajaron, se sacrificaron y lucharon por 30, 40 y hasta 50 años con la esperanza de entregar a hijos y nietos un país próspero y alegre, un lugar donde soñar y crear, y que al final del camino reciba un abrazo de despedida y una confesión: Viejo, estabas equivocado, te engañaron siempre, este país es una mierda, ¡me voy!
Y qué duro reconocer (a esa edad) que el muchacho tiene razón, que no cumplieron ninguna promesa, que los discursos nos nublaron la vista, que la igualdad llegó en forma de pobreza colectiva y hambre generalizada, que ascendieron, no los más capaces, los más trabajadores, los honestos, sino un grupo de corruptos, de ineptos, de oportunistas y delatores, que agitando un carnet rojo llegaron a ministerios, delegaciones provinciales y nacionales, a primeros Secretarios.
¡Qué penoso andar ese tramo final de la vida en solitario, sin tener de qué sentir orgullo, esperando la transferencia por Western Unión porque la pensión es una burla! ¿Dónde quedaron todos aquellos amigos del Núcleo, aquellos compañeros de zafras y movilizaciones? Les dijeron que nadie quedaría abandonado, que era con y para los humildes, que los niños tenían el futuro garantizado.
¡Qué lacerante tiene que ser salir a la calle cada día y encarar en solitario una realidad de apagones, mentiras, colas y maltratos! Ya con 80 años, ya casi sin fuerzas ni ganas.
«No fue por esto que luché», dice algún hombre (o una mujer) de vergüenza, y llora. Es el llanto amargo y en silencio del que es consciente del fracaso, de la estafa, del que defraudó a sus hijos, del que sabe además que ya no hay tiempo, ya no es posible intentarlo de nuevo. ¡’Diez veces triste!!

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