Por Héctor Miranda (Tomado de Facebook)
Moscú.- Sé muy bien lo que es pasar hambre. A mediados de los 90 vivía alquilado en casa de una persona a la que quería mucho, pero mi salario de 251 pesos cubanos me daba malamente para la manutención de uno de mis hijos y para ir a trabajar. Tenía un solo par de zapatos, un jean negro, que si lo soltaba hacía mi camino de todos los días, y dos o tres pullovers de mala muerte.
Una vez, no sé por qué, me quedé sin dinero. No tenía ni para almorzar en el comedor del poligráfico, donde una magra ración, la mayoría de las veces mal elaborada, costaba un peso. Estuve una semana entera sin probar alimentos. Nada de alimentos. En ese tiempo visité amigos, estuve en el trabajo, pero no tenía dinero, y si no tenía plata, no tenía con qué comer. Y no quise pedir, porque si no me alcanzó ese mes, cómo me iba a dar el siguiente para pagar la deuda y estirar hasta el día del cobro.
Aguanté. Tomé agua como un demente para tratar de engañar al estómago. Me hice una infusión de cáscaras de naranja, sin azúcar, porque tampoco tenía, y me comí una guayaba de una mata que había en casa de mi amigo Campeón. Yo, que siempre andaba por ahí, de visita donde los amigos, los evité en todo ese tiempo. No quería caer en la tentación de que alguien me invitara a comer.
El domingo, vísperas del día en que pagaban, desperté demacrado, con unos sudores raros, y la señora de la casa, a quien aún le guardo un cariño inmenso, al parecer se dio cuenta de que algo no andaba bien. Antes de irse para la casa de las hijas, me dijo que revisara el refrigerador y que me comiera todo lo que había, que ella pasaría el día con sus nietos y almorzaría por allá, como hacía todos los días.
Cuando ella salió, abrí el refrigerador y encontré unas raspas de arroz y un pan viejo. Puse el arroz y el pan en una sartén y me comí aquello poco después. Nunca antes comí nada más rico, ni que cayera mejor en mi estómago. Después tampoco.
Y ahora mismo en Cuba hay personas que pasan hambre. Jóvenes, como era yo a mediados de los 90, pero también niños y ancianos. Hay mucha gente que no tiene qué comer. Hace unos días revisé una encuesta que hablaba de un 95 por ciento de la población con necesidades alimenticias severas. Y me lo creí. Alguno me dirá que cómo lo sé, si no estoy en Cuba, y claro que no estoy, pero hablo todos los días con personas que están y me cuentan, con familiares y amigos, gente que la pasa mal, que sufre porque no tiene una cosa, u otra, incluso ninguna.
Lo más elemental, que es el arroz, no lo hay, porque las personas tienen que esperar a que Comercio Interior, que es algo así como la ineficiencia misma, lo mande a las bodegas. Ya no se trata del que las personas escogieron comer, sino del que mandaron, a veces con gorgojos, piedras o machos. El arroz que venden en Cuba es el peor del mundo, y puedo dar fe de eso, porque he estado en muchos países y nunca vi ninguno tan malo.
Con las legumbres pasa lo mismo. Te toca una cantidad tan ínfima que si haces un congrí no puedes comer potaje. Y de las carnes, ni hablar. También sucede con los huevos, el aceite, los pescados frescos o enlatados, los condimentos, las salsas… en Cuba no hay nada, y a veces pienso que alguien diabólico somete a los cubanos a un experimento para ver cuánto puede soportar una nación sin alimentos antes de empezar a morir por inanición.
No hablamos de las carnes, que esas no existen. Ningún jubilado de esos que reciben mil 528 pesos, o tres mil, puede comprar una libra de cerdo -como es la libra cubana, que ya viene lastrada- a 500 pesos. Por eso la cara de tristeza de la gente, los cuerpos magros o esqueléticos de muchos viejitos, con la piel lastimada por la falta de nutrientes, con andar cansino, sin sueños o ilusiones.
Esos que sufren distan de los que lucen guayaberas relucientes, con pronunciados abdómenes, a la sombra de los cuales puede dormir una siesta un perro. Los mismos que después aparecen en noticieros de televisión vendiendo ilusiones o esperanzas. Los mismos que improvisan discursos sobre las bondades del año próximo, con la intención de que la gente les crea.
La mayoría de los cubanos no puede revisar en youtube esos mensajes, porque la navegación es lenta, o porque no tienen cómo pagar a Etecsa para entrar a internet, pero yo los reviso, los veo, los leo. Y sé de sus promesas, de sus falsas expectativas, de la palabra empeñada e incumplida cada año.
El que dice llamarse presidente prometió, a finales de 2022, un 2023 mejor. Y ha sido 10; 100 veces peor. El pueblo cubano, que es mi gente, porque ahí están mis amigos, mi familia, la gente de mi barrio, de mi tierra, pasa hambre y ellos no lo resuelven, no terminan de una vez de declararse incapaces y dar un paso al lado.
Nunca hemos estado tan mal como hoy, pero si de algo estoy convencido es de que mañana será peor. Y en enero mucho más, y así cada día, porque la situación de Cuba va como una avalancha, que cuando se desprende nadie la puede detener. Y me duele por mi gente, y mi gente son todos los que están allá adentro, incluso los que sufren desde afuera.