SACAROSA

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Por Jorge Fernández Era ()
La Habana.- He recibido llamadas de varias personas que se han interesado por el anuncio en Revolico de mi venta de azúcar. Lamento haberlos decepcionado al informarles que es obra de la Seguridad del Estado, institución que está sobre la pista del central azucarero-refinería-destilería que acabo de construir con las finanzas que me reportaron similares operaciones comerciales de hace algunos meses con rubros tan demandados como la leche en polvo y el pollo. Conocen de la eficiencia y calidad de mis producciones, pero no han logrado descubrir el sitio donde he erigido el complejo agroindustrial que se incorporará en breve a la molienda.
No creo haya sido Unonoventaicinco, alias Yordan, quien anda muy entretenido con las llamadas a mi suegra —anoten otra a su haber—, en ese afán de sociabilización, de búsqueda de nuevas amistades tan común en él. Es cierto que la mamá de mi esposa está sola, pero uno de sus defectos es ser muy selectiva en cuanto al número de neuronas de sus pretendientes. Podría darle un poco de ánimo al despechado. Con lo conversador que soy, seguro lo logro, sobre todo si El Esposero me inmoviliza las muñecas y viajo en compañía de ambos desde el Interior y gracias a la benevolencia de su Ministerio. Pero ayer en la tarde-noche el mastodonte desaprovechó la ocasión.
Laide y yo salimos por la calle Zapotes rumbo al parque Santos Suárez en busca de cervezas —para algo tiene que servir Revolico— y, al llegar a la esquina de San Benigno, nos pasó por el lado un Lada verde olivo desteñido, chapa P 065 123, manejado por la inmensa anatomía del susodicho. No es descartable que haya tenido un día malo y necesite méritos para que le pinten el carro, mas me pareció un encuentro casual —alardeó el día 28 de que reside en el barrio—, de ahí que, tras intercambiar las miradas de rigor, disminuyera velocidad como pensando qué hacer, hasta decidir doblar a la contraria en San Indalecio y darle la vuelta al parque. Paró en seco frente a las cafeterías particulares que están en Santa Emilia, pero al comprobar que nos dirigíamos allí, condujo su automóvil hacia la esquina de esa calle con San Benigno y parqueó en una posición que le hubiera costado una multa de sus compañeros de la motorizada. No contento con tamaño papelazo, le dio la vuelta a esa otra manzana y se apareció de nuevo por San Indalecio, escoltando la otra esquina, mientras comprábamos las frías y conservábamos igualitica la sangre.
Al regreso, seguimos hacia la bodega de Flores y San Bernardino, necesitábamos coger los 3,5 x 2 huevos de noviembre y diciembre. La carroza verde apareció de nuevo por esa última calle, nos pasó muy cerca, y dobló hacia la primera, parqueándose frente a nuestro edificio, el 506. Viramos y subimos como si cualquier cosa. Más tarde me asomé y proseguía allí. Fui a buscar el celular con el fin de tirarle una foto, pero ya había partido para, como en los buenos filmes de suspense, no volver a aparecer.
Algunos amigos a los que comenté el suceso me ruegan que nos cuidemos. Advierten sobre la baja calaña de individuos abusadores y sin escrúpulos capaces de atacar a traición y hasta de matar cuando no tienen los siete huevos de la cuota o están acomplejados de que uno los coja para eso. No aquilatan la integridad moral de Unonoventaicinco, un combatiente que recibe felicitaciones en los matutinos de su compañía por una intrepidez a toda prueba y por la voluntad indomable de ayudar a los descarriados. ¿Por qué no pensar, a ver, que su humildad e introversión lo contuvieron para bajar de su Lada y decirme que necesita azúcar?

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