Por Héctor Miranda (Tomado de Facebook)
La Habana.- En mayo de 2004 la selección cubana de fútbol se fue a Brasil para jugar tres partidos amistosos que le sirvieran de preparación para las eliminatorias de la Concacaf de cara a la Copa Mundial de Alemania 2006. El técnico era el peruano Miguel Company, bajo cuya égida la escuadra cubana vivió sus mejores momentos en los últimos 50 años.
Los partidos no se iban a jugar en Maracaná ni en ningún otro de los grandes estadios de Río de Janeiro. De hecho, los rivales eran menores, pero ya sabemos que cualquier equipo que se forme en Brasil le puede plantar cara al rival de turno, porque futbolistas hay de donde escoger.
En el primero de los choques, la escuadra cubana le ganó por 1-0 a los suplentes de Fluminense, con gol de Maikel Galindo, aquel delantero de Villa Clara que terminó su carrera en la Major League Soccer de Estados Unidos.
El siguiente rival sería una representación del Vasco da Gama, donde agotaba sus últimos años Romario. En Cuba, sin vías para saber lo que había ocurrido, algunos periodistas se aferraban a búsquedas infructuosas para saber cómo había terminado el encuentro del cual no se conocía ni la hora.
José Luis López hacía el fútbol para Juventud Rebelde. Y como otros, andaba como loco detrás del resultado. Como sabía que Prensa Latina tenía oficina y corresponsal en Río de Janeiro, llamó un par de veces a la agencia para averiguar, y siempre hablaba conmigo, que tampoco sabía nada, y que tenía tanto trabajo que ni tiempo de escribir a Río había hecho. Sin embargo, tras la segunda llamada se me ocurrió una idea que me pareció genial en el momento, aunque pudo salir mal.
Por unos minutos ensayé unas frases en portugués, y luego me hice pasar por agregado de la embajada de Brasil en La Habana:
-“Quero falar com o jornalista que escreve sobre futebol”, dije, intentando darle un tono grave la voz para que José Luis, con quien siempre tuve una gran amistad y quien me tenía que aguantar las bromas en el softbol de la prensa cada semana, no me reconociera.
-Soy yo. Mi nombre es José Luis. Y estoy esperando resultados del partido entre Vasco da Gama y Cuba –me dijo, mientras intentaba darle un toque luso a sus palabras.
-Cuba perdeu por 2-1. A partida foi equilibrada…
-¿Y jugó Romario?
-Romario jogou sim -dije yo, que ya entraba en la improvisación y me costaba responder.
-Pero, ¿y marcó gol?
-Ele marcou o segundo gol -le dije, y agregué-: Mas eu ñao sei muito mais.
José Luis me dio todas las gracias del mundo. Me pidió un teléfono a donde llamarme en ocasiones futuras y le di uno medio inventado, y luego seguí en lo mío.
Al poco rato lo llamé yo, ya como amigo, y le pregunté si había sabido algo y me dijo que sí, que lo habían llamado de la embajada de Brasil, pero que habían sido muy escuetos, y le respondí que si era así, mejor no escribía sobre el tema, que lo dejaba a él, cuya nota saldría al día siguiente en la edición de papel.
Luego, envuelto en la vorágine de trabajo habitual de la redacción de Deportes, se me olvidó que debía decirle a José Luis que había sido una broma. Solo lo recordé cuando me iba a casa, y ya estaba en la calle. Pero dejarlo colgado con aquello no me lo podía permitir, y me detuve en un teléfono público, y lo llamé.
Cuando le conté la historia, y que todo había sido una broma, a José Luis debió haberle bajado la azúcar, por lo menos, porque medio desfallecido me dijo:
-No debiste haberme dicho nada. Lo había montado tan bien que ahora me duele quitarlo de la página.