NUESTRO PELIGRO ES CEDER A LA ALERGIA DEL CAMBIO

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Padre Alberto Reyes ()
La Habana.- Dice el diccionario, que una alergia es una reacción de defensa exagerada. Nuestro organismo físico se «defiende» de lo que percibe como algo extraño, ajeno. Del mismo modo, nuestro espíritu suele ser alérgico al cambio, a transformar las creencias y hábitos a los cuales se ha acostumbrado. Y eso significa que tenemos un problema: el problema de construirnos un mundo de criterios y hábitos inamovibles, donde nos sentimos seguros y donde continuamente nos auto evaluamos como buenas personas y buenos cristianos.
El Evangelio de hoy nos dice que la condición para recibir a Aquel que viene con buenas noticias (que es lo que significa la palabra evangelio), es la construcción de un camino no para llegar al Señor sino para que el Señor pueda llegar a nosotros, y eso no es posible sin conversión, que literalmente significa en este texto: «cambiar tu forma de pensar, tu forma de razonar, tu manera de valorar las cosas», es decir, tener el coraje de cuestionar tanto las propias convicciones y certezas como los propios hábitos, a la luz de un camino personal y continuado de encuentro con el Señor.
Ser «buena persona» no significa que no estemos atados a cosas materiales, a personas, a hábitos que o nos esclavizan, o nos dificultan el crecimiento en el espíritu del Evangelio, y como decía san Juan de la Cruz: «Qué importa que la cuerda que ata al pájaro sea fina o gruesa, no puede volar». Qué importa que nuestras ataduras no sean pecados, o sean cosas «que todo el mundo hace». Si algo nos impide crecer, si algo bloquea el proceso evangélico de adherirnos cada vez más a Dios y de hacer cada vez más el bien, entonces algo va mal, algo no funciona.
Nuestro peligro es ceder a la «alergia al cambio» y, en vez de dejarnos desafiar por los retos de una vida más auténtica, entrar en el camino de la búsqueda de justificaciones, de todo aquello que nos confirme la bondad absoluta de lo que siempre hemos pensado y del modo en que vivimos. Porque una vez convencidos de que nada nuevo tiene el Señor que decirnos y de que así estoy bien, apaciguamos los reclamos de nuestra conciencia y nos construimos una «relación» con Dios a nuestra imagen y semejanza, enmascarando el miedo de dejar lo que no corresponde al Evangelio.
¿Qué hacer para evitar el auto engaño, para superar nuestro miedo innato al cambio? Todo lo que signifique «ponerse a tiro» para el Señor, todo lo que sea crear caminos que permitan el acceso de Dios: la oración asidua, el contacto con la Biblia, la fidelidad a la eucaristía, la confesión, retiros, encuentros de formación, acompañamiento espiritual, diálogo profundo con personas ante las cuales sentimos que podemos vivirnos en libertad es decir, todo aquello que, por su naturaleza, nos desinstale, nos cuestione, nos rete, y nos ayude a superar nuestros miedos a ver nuestros valles a rellenar, nuestras montañas a abajar, nuestras torceduras a enderezar, nuestros caminos escabrosos a nivelar.

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