NO HAY NADA MEJOR QUE UN DÍA DETRÁS DE OTRO

SUGERENCIAS DEL REDACTOR JEFENO HAY NADA MEJOR QUE UN DÍA DETRÁS DE OTRO

Por Jorge Sotero
La Habana.- A finales de 2022, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, montó un show allende sus oficinas para mandar un mensaje de optimismo al ya muy sufrido pueblo cubano, y sembrar esperanza para un 2023 que prometió mejor, en una jugada más para ganar tiempo.
Su jefa de prensa, la ascendente Leticia Martínez, le dio las últimas recomendaciones y lo dejó solo en un set improvisado, al aire libre, y el hombre, embadurnado de maquillaje hasta parecer casi irreconocible, balbuceó unos bocadillos que se aprendió de memoria, pero que sonaron demasiado vacíos. No fue contundente. No puede serlo nadie en su situación: sin las herramientas en la mano para ayudar a labrar un futuro promisorio.

Pero no hay nada mejor que un día detrás de otro, que un mes tras otro, cuando se trata de dejar al desnudo las mentiras del hombre al que llaman presidente, del que, supuestamente, tiene en sus manos el destino del país, del encargado de garantizar el bienestar de la población cubana.
«Llegamos al 2023 después de vencer juntos uno de los años más desafiantes de la historia revolucionaria… Nos convoca la certeza de que la creatividad de nuestro pueblo es infinita y que no llegamos hasta aquí retrocediendo. Llegamos hasta aquí ascendiendo», dijo, y uno, que sabe que los políticos mienten todo el tiempo, se pregunta aún cómo es posible que tenga el descaro y el cinismo de decir que desembocamos en 2023 «ascendiendo».
Solo si imaginamos una ladera empinada, resbaladiza, cubierta de lodo sulfuroso, sin recursos de ningún tipo, puede uno imaginar que llegamos a una cumbre como la que hace referencia el Hombre de la Limonada. Tal vez él haya ascendido, porque tomó muchos aviones: Fue a Argelia, Rusia, Nueva York, México, Emiratos Árabes, Qatar e Irán. Incluso, contó con un jet privado para sus habituales visitas a Santa Clara, pero, salvo eso, no hubo más ascensos.
Ese día, en su mensaje, agregó que «a las puertas de ese año más desafiante y por tanto más atractivo… los invito a trabajar con pasión y con ganas para seguir venciendo imposibles… Nos toca garantizar el sostenimiento de las justas conquistas», y hasta se arrogó el derecho de citar a Martí con aquello de «poner la patria en condición de que vivan en ella más felices los hombres».

Habló de un 2023 más atractivo, y a esas palabras solo se le puede responder que ha sido el peor año de la historia cubana desde que Cristóbal Colón llegó a la isla en 1492. Más del 95 por ciento de los cubanos pasaron a vivir por debajo de los índices de pobreza y no hay un solo indicador social del que puedan alardear. O sí: la represión se ha multiplicado, las presiones, las detenciones, las torturas y las condenas, por pensar diferente, constituyen el pan nuestro de cada día.
Cada una de sus palabras, todas sus promesas -e hizo varias a lo largo del año anterior- lo dejan cada vez más desnudo y provocan que el pueblo sienta más repulsión hacia él y todo lo que representa: un viejo sistema enquistado, herrumbroso, ineficaz y corrupto, cuyo único objetivo es mantener en el poder a la familia que se lo robó en 1959 y que lleva una vida de lujos a la que no puede acceder nadie que viva en la isla.
Díaz-Canel es un mediocre, un mentiroso, un incapaz, y es también un cobarde, sin valor para cambiar la situación del país. Sabe que él no puede resolverlo, pero le faltan pelotas para decirlo públicamente, para aparecer en televisión y contar la verdad, para admitir que el puesto le queda grande. Mientras, trata de sacar la mejor tajada posible de su estancia en el cargo, que terminará dentro de cuatro años, a menos que el senil de Raúl Castro decida, antes de colgar los guantes de una buena vez, que hay que cambiar la Constitución para permitir la permanencia indefinida del promotor del guarapo al frente del país hasta que muera.
Los cubanos pasan hambre. No hay carne, ni leche, ni frijoles o arroz. No hay medicamentos y la inflación anda a niveles escalofriantes. Los apagones son el pan nuestro de cada día, los hospitales se caen a pedazos, los derrumbes son habituales, y hasta para las operaciones más elementales los cirujanos piden a los pacientes que busquen todo lo necesario.
Solo la cúpula tiene garantizada la comida, y el transporte, que para el resto no existe, lo mismo que la atención médica en el Cimeq o en la Clínica Cira García.
Cuba navega en la miseria, haciendo malabares para sobrevivir. Unos aguardan por algún familiar en el exterior, otros apelan a la pillería y el bandidaje, y los más vulnerables e indefensos, los ancianos, comienzan a morir de inanición porque su chequera de poco más de mil 500 pesos, poco más de seis dólares, no le da ni para comprar en el mercado negro los medicamentos de la presión.
Cuba se muere. Más del 85 por ciento de la población solo piensa en irse, otro por ciento importante sobrevive a duras penas, y solo una parte mínima disfruta de las mieles del poder y la bonanza que emana de este.
Un país puede ser pobre, pero sus gobernantes nunca lo serán. Una nación pasará hambre, pero los que dirigen ya no pueden abotonarse sus guayaberas porque sus barrigas enormes crecen cada día. Todo eso es hasta un momento, y ojalá que el de los cubanos no demore más. No hay nada mejor que un día detrás de otro, y el de Cuba, obligatoriamente, tiene que estar más cerca.

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