Por René Fidel González ()
Santiago de Cuba.- Las heridas sólo cerrarán cuando el agresor sea desarmado, cuando su capacidad de herir una y otra vez nuestras libertades y derechos sea degradada a un nunca más, cuando sus posibilidades de destruir cíclica y minuciosamente nuestros sueños con un acto brutal, mediocre o feo les sean arrebatadas.
Esto es lo primero, reconocer al agresor, su impunidad y habilidad para perpetrar el daño, su aliento y condición de victimario inventerado.
Entonces, sólo así, las heridas cerrarán y nuestra tierra volverá a ser otra vez el hogar de los dignos, los orgullosos y buenos, y no el lugar que nos quema en la memoria, el punto cero de la dispersión de todas nuestras esperanzas, de nuestras vidas, o el sitio en el que conoceremos todas las formas posibles de la mezquindad y la intolerancia, del sacrificio inútil y la impotencia ante la impunidad.
Las heridas sólo serán cerradas cuando ellas no sean la ocasión propicia para el lucro o el despliegue del ego vanidoso y soberbio de algunos, para el regodeo de vuestro éxito y felicidad lejana, para vuestros privilegios sobre nuestra miseria cotidiana, para vuestra indiferencia ante nosotros, ante nuestras aspiraciones y ansias, para su desdén a ellas.
Las heridas sólo serán cerradas cuando nuestros padres no sientan miedo por sus hijos, cuando nadie ofenda la increíble decencia nuestra con el oportunismo de callar y al mismo tiempo medrar con la complicidad en el mal, cuando el olvido no sea un ejercicio de dolor sino de memoria, de recordar lo que no queremos para nosotros ni para nadie.
Las heridas nuestras no cerrarán hasta que no podamos dejar de herir para no ser heridos, hasta que nuestro destino como nación deje de ser el de huir infinitamente de la herida, el de callar la herida, el de olvidar la herida.
Sólo así, desarmando para siempre al que nos hiere, sólo así, dejando de vivir dentro de la herida, las heridas sanarán y las cicatrices se convertirán en un testimonio de nuestra felicidad y nuestra fe en la libertad como destino, como nuestro único destino, como rebelión ante cualquier otro destino.