Por Joel Fonte
La Habana.- El pragmatismo es la doctrina que identifica lo verdadero con lo útil, con lo conveniente; es, en política sobre todo, una verdadera cátedra del oportunismo, de «defender lo práctico», de desenfadado «descaro».
Por su parte, el cinismo, una etimología de origen griego, describe la más manifiesta desvergüenza e impudicia.
Así pues, el «donde dije Digo, digo Diego», ha sigo así por décadas una de las máximas más reveladoras de esa dobles moral que ha identificado al régimen cubano en su largo historial de manipulación del pueblo cubano, de su discurso fluctuante.
Las generaciones que ya no somos tan jóvenes, sabemos de qué se trata. Y los que aún navegan en la ingenuidad de la juventud, deberían hacerse las preguntas de rigor:
Cuando Fidel Castro -diestro tempranamente en la falacia, aunque aún imberbe en la mentira política- llegó a La Habana vestido de Mesías, prometió elecciones en 18 meses y vociferó contra el comunismo por ser contrario a la democracia, pero cuando luego olfateó el néctar del poder, determinó que ese mismo comunismo era una opción no solo para conservar poder que lo embriagó, sino además para justificar teóricamente su autoritarismo, la dictadura de un partido único al frente del cual se instaló; comprendió que la ideología que antes había blasfemado le era útil, y entonces comenzó a dar gritos como el más grande seguidor de Marx en las Américas.
¿Fue Castro pragmático entonces, o un cínico consumado?
De inmediato, en defensa de esa misma ideología, comenzó a arremeter contra cualquier vestigio de propiedad privada, de «imperialismo» de occidente, a confiscar -que es robar bienes con manto de legitimidad-, se declaró enemigo de la «explotación del hombre por el hombre», y entre sus cacareados discursos sobre «no renunciar jamás a nuestros principios», defender la «igualdad» de todos los seres humanos, y meter en prisión a todo el que tuviera un dólar en el bolsillo, con el sismo que empezó a generar el desmoronamiento soviético su discurso comenzó a relajarse con menciones a la necesidad de «cambiar todo lo que deba ser cambiado», y comenzó a vender el país al mejor postor, siempre que fuera aliado ideológico, amigo de la «revolución cubana» – o sea amigo suyo- sentando el precedente para que sus pupilos de hoy defiendan la propiedad privada a ultranza, la «constitucionalicen» para aplicarla siempre, que los ricos sean obedientes y seleccionados, y la masa enorme del pueblo navegue en la más brutal indigencia…
¿Fue y es eso pragmatismo, o cinismo?
La lista de pragmatismo e impudicia sería asfixiante, interminable, porque ella es la historia misma de la «revolución de los humildes» que mutó en dictadura de una cúpula militar apoyada en una clase política emergente y corrupta.
Pero no me permitiré omitir el mayor ejemplo de ese cínico pragmatismo: la resistencia creativa del mayordomo de Castro, Miguel Díaz-Canel.
El «joven líder», el defensor de la «continuidad», el hombre que más viaja en la nueva era castrista, recorre el mundo Oriental -porque en Occidente ya tiene la dictadura demasiados acreedores y pocos advenedizos- vendiendo Cuba por partes, porque no tiene comprador al por mayor, -según le agendan sus amos la gestión de ventas-, y lo hace con su esposa, con el hijastro, y con todo el que quiera ir de compras con el dinero del pueblo cubano, mientras nuestra gente se ahoga en la tragedia de una espantosa miseria, y él se sigue vendiendo impúdicamente a sí mismo -y lo venden- como nuevo redentor.
Nuestros hijos pasan meses, años, sin comer golosinas, sin juguetes, sin alimentarse adecuadamente; nuestros viejos no tienen medicinas, ropas, zapatos, mueren en el abandono y el hambre, y este señor y los ricos ladrones que él representa se hartan a expensas de nuestra vida infame…
Por tantas realidades, por tanta ofensa a millones de seres humanos que hemos sido esclavos demasiado tiempo, es imposible callar, es imposible no levantar el puño, y reclamar justicia.
Recordémoslo siempre, y llevémoslo a la acción.