Por Joel Fonte ()
La Habana.- En la concepción teórica de los filósofos del materialismo y el comunismo científico, Carlos Marx y Federico Engels, el comunismo es un sistema político, económico y social que defiende la tesis de la eliminación de las clases sociales y la abolición de la propiedad privada, con el consiguiente control del Estado sobre la sociedad y la economía. Es un sistema en que la democracia se entiende como la imposición del poder de la mayoría trabajadora, representada por un Partido obrero, sobre el resto de la sociedad: la dictadura del proletariado.
Con el decursar del tiempo, y ante los desastrosos resultados que los modelos comunistas fueron mostrando en aquellos países en que se aplicaron, particularmente en la URSS, se comenzó a deformar esa concepción inicial, hasta llegar al modelo chino contemporáneo, con una economía significativamente en manos privadas, capitalistas, donde las clases sociales y sus diferencias son abismales, pulula el hambre, la marginalidad, la burocracia y la corrupción en las estructuras públicas, pero donde la imposición de un partido comunista como ente dominante de la sociedad persiste.
Este modelo ha sido inspiración, particularmente, para países de la región latinoamericana, como Venezuela y Cuba, donde la teoría del «socialismo del siglo XXI» ha justificado la imposición de dictaduras que han creado más que brechas, abismos sociales enormes, y dónde la clase trabajadora ha visto cómo se le lleva gradualmente a la condición de esclavos contemporáneos por los políticos que dicen representarla.
Esa es la realidad cubana hoy.
Y en el caso de Cuba, la realidad está matizada por una ingobernabilidad que obedece a una corrupción generalizada en todos los niveles de las estructuras políticas, estatales y gubernamentales. Una incapacidad para generar riqueza y una aguda destreza para robarla, saquearla, malversarla.
Esa corrupción ha degenerado a la clase que autoritariamente dirige el país.
Cuba, al buen estilo Estalinista, que es la corriente más retorcida del Marxismo, es guiada por un grupo minúsculo, unas docenas de hombres, que concentran en sus manos todo el poder, mientras dicen hablar y obrar a nombre de un partido comunista que, incluso siguiendo las cifras cuestionables que ellos mismos ofrecen, no rebasa los 600 mil miembros, frente a una nación de más de 11 millones.
Por eso, y siguiendo el principio según el cual ninguna norma legal, incluso de rango constitucional, que transgreda el interés colectivo puede considerarse lícita, puede afirmarse que el poder que ejerce la cúpula Castrista sobre los cubanos, es ilegal, porque los fundamentos que amparan a ese régimen, a ese modelo de partido único, son contrarios a la voluntad y al deseo de la mayoría de los cubanos.
De tal suerte, porque lo saben, es que persisten en cerrar toda puerta a la democratizacion del país, a competir en las urnas. Porque de inmediato la voluntad popular los sacaría del poder.