EL RECUERDO DE CADA 4 DE DICIEMBRE

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Por Ileana Medina Hernández ()

Santa Cruz de Tenerife.- Me crié atea y ahora tengo una idea de Dios bastante particular, o quizás universal, más cercana a una pan-espiritualidad abarcadora, no adscrita a ningún dogma.
Pero culturalmente soy cristiana, ese cristianismo con ramalazos de pensamiento mágico y religiones africanas que hay en Cuba.
En mi infancia, al fondo de la casa siempre estuvo el poder protector del altar de Santa Bárbara, una santa cristiana cuya importancia en la religiosidad popular cubana le viene del sincretismo con el orisha yoruba Changó, y que muchos cubanos blancos como mis abuelos adoraban en una mezcla de rituales de una religión con la otra.
Ella siempre estuvo allí y forma parte de esas diosas protectoras, que de cierto modo son también las Vírgenes, y en general las Madres, las Abuelas, los linajes femeninos que nos cuidan, nos cuidaron, nos protegen y nos sanan.
Cada 4 de diciembre la recuerdo y la invoco, con un sentimiento de gratitud cuya conversión en dimensión religiosa es también muchas veces inconsciente: el amor materno es el amor por excelencia y de él depende la disponibilidad de amor en general, el bien y la salud: ¡háganse en nosotros!

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