¿Y cómo identificar al primer Homo? Según algunos autores, la presencia de indicios de expansión cerebral y las reducciones de la cara o del tamaño de los dientes es prueba suficiente. Siguiendo este criterio, el fósil más antiguo conocido es un fragmento de mandíbula procedente de Ledi-Geraru (Etiopía), de unos 2,8 Ma de antigüedad. A partir de ese momento tendrá lugar una amplia diversificación de especies que ya observamos hace 2 Ma cuando en el este y sur de África aparecen restos de anatomía diversa agrupados bajo los nombres de Homo habilis y Homo rudolfensis. Posteriormente surgirán las conocidas como Homo erectus u Homo sapiens, y las más exóticas, caso del Homo floresiensis. Observamos en ellos mayores cerebros y el uso generalizado de herramientas, reflejo de una elevada capacidad cognitiva, considerada una propiedad eminentemente humana. Sin embargo, recientes hallazgos en Lomekwi 3 (Kenia) aportan un dato del máximo interés. Los útiles de piedra más antiguos conocidas son de hace nada menos que 3,3 Ma. Es decir, que la fabricación de herramientas es muy anterior al origen de Homo, lo que significa que otras criaturas prehumanas habían adquirido ya capacidades culturales sofisticadas.
Sin embargo, para otros expertos, solo aquellos fósiles de algo menos de 2 Ma que comparten aspectos básicos de la biología del H. sapiens pueden ser considerados Homo. Es decir, que este género sería más reciente. Entre sus rasgos destacan un encéfalo de más de 800 cm3 y una forma nueva de locomoción y explotación de los recursos alimentarios, lo que conlleva una marcada reducción de los dientes y un significativo aumento de la estatura (160-180 cm). El Homo ergaster –la variante africana de H. erectus– es, según los partidarios de esta hipótesis, la especie más antigua que cumple los requisitos. Entre sus fósiles emblemáticos se encuentran el cráneo ER-3733 y la mandíbula ER-992, de 1,78 Ma, y el esqueleto de un niño –WT-15000– que vivió cerca del lago Turkana (Kenia) hace 1,5 Ma.
Hasta este momento, los más de cuatro millones de años de evolución que hemos desglosado tuvieron lugar en África. Algo ocurrió hace unos 2 Ma para que algunos miembros de una primitiva especie de Homo se aventuraran más allá de los confines del continente madre y se dispersaran rápidamente por su franja tropical por Eurasia para después expandirse hacia el norte y otros continentes. Asistiremos en los siguientes 2 Ma a una evolución que transcurrirá en diferentes regiones del planeta, a veces interconectada, a veces aislada, lo que dará origen a diferentes especies humanas.
La capacidad de adaptación cultural a nuevos entornos parece ser el motor de las primeras salidas de África, impulsadas por la búsqueda de recursos vegetales y animales en territorios no habitados previamente. Los fósiles del yacimiento de Dmanisi (Georgia), en la región del Cáucaso, son el primer testimonio de una expansión euroasiática que sucedió hace 1,9 Ma. Se trata de gentes con un cerebro sorprendentemente pequeño, de unos 600 cm3, y rasgos primitivos en el esqueleto.
Los primeros colonos llegados a Dmanisi serán la fuente genética de una rápida dispersión hacia el Extremo Oriente que dará origen al ramal asiático de la evolución humana, conocido tradicionalmente como Homo erectus. Esta especie y las descendientes de ella habitaron amplias zonas de China y los archipiélagos indonesio y filipino durante cientos de miles de años. Son conocidos los fósiles del yacimiento de Sangiran (Java) –los más antiguos, con 1,8 Ma–; y los más recientes del de Chou-k’ou-tien (China). Nuevas dataciones de los restos del yacimiento de Ngandong (Java), de solo 0,1 Ma, marcan el final de la secuencia evolutiva del longevo linaje de H. erectus.
En el contexto de la evolución humana en Asia se sitúan dos recientes sorpresas de la paleoantropología: el pequeño H. floresisensis (106 cm de altura, 30 kilos de peso, cerebro de 417 cm3), de la isla de Flores (Indonesia), con características anatómicas únicas; y el H. luzonenesis, hallado en Luzón (Filipinas), también pequeño y con una anatomía que combina rasgos modernos y otros muy primitivos. Ambos son el resultado de especiaciones surgidas en un contexto insular con una evolución independiente y aislada durante milenios.
Mientras, en Oriente Medio y Europa, los homininos salidos de África vivieron sus particulares peripecias, con un curioso desfase en la secuencia de colonización. Mientras que en Asia oriental las primeras ocupaciones humanas se dan hace 1,9 Ma, las de aquí son más recientes, nunca antes de 1,4 Ma. La llegada de los primeros humanos a nuestro continente se detecta en los yacimientos de Orce, Barranco León y Fuente Nueva 3, en la cuenca de Guadix-Baza (Granada); y en la Sima del Elefante, en Atapuerca (Burgos). Esto alentó la idea de un posible origen africano inmediato y directo, pero la mayoría de los autores cree que llegaron desde el este.
Algo posteriores (0,9 Ma) son los abundantes restos recuperados en el nivel TD6 del yacimiento de Gran Dolina (Atapuerca), que hablan de humanos con un encéfalo próximo a 1.000 cm3 y una dentición de rasgos primitivos. En cambio, la configuración de la cara muestra una depresión bajo los pómulos, conocida como fosa canina, y una nariz bien proyectada. Esta combinación de rasgos es única entre los homininos y justifica la clasificación de una nueva especie, el Homo antecessor, con una posición clave en el árbol de la evolución humana. Este representa al último antepasado común de los llamados humanos de cerebro grande: los anatómicamente modernos (Homo sapiens) y los neandertales (Homo neanderthalensis). Una posible explicación para entender esta maraña plantea que hace un millón de años, H. ergaster evolucionó en una nueva especie (H. antecessor), la cual se dispersó y diversificó por África y Eurasia. Las poblaciones de H. antecessor que llegaron a Europa cambiaron su anatomía y poco a poco surgieron los caracteres que identificamos en los neandertales. Un proceso parecido sucedió en las poblaciones del último antepasado común de los residentes en África, que con el tiempo evolucionarán en el linaje de H. sapiens.
El surgimiento de homininos con un cerebro grande representa ese cuarto periodo de la evolución durante el cual se desarrollaron asombrosas capacidades culturales. Neandertales y humanos actuales incrementamos nuestros encéfalos en valores que rondan los 1.500 cm3 en los primeros y unos 1.350 cm3 en los segundos. Hoy sabemos que los grandes cerebros de H. sapiens y H. neanderthalensis se alcanzaron por vías evolutivas distintas, con una expansión diferente de algunas regiones neuronales, lo que constituye la base anatómica de sus diferencias psicobiológicas. En Europa, diversos fósiles del Pleistoceno medio datados hace entre 0,6 y 0,2 Ma ilustran bien el proceso evolutivo local de los neandertales. Es primordial el papel de los restos de la Sima de los Huesos de unos 400.000 años a la hora de clarificar el origen de esta especie, un aspecto mal conocido hasta su descubrimiento y estudio, así como la aportación de la paleogenética.
La extracción de ADN fósil de restos de la cueva de Denisova, en Siberia, mostró la existencia de un nuevo linaje humano: los denisovanos. Sus rasgos genéticos han permitido establecer que comparten un antepasado próximo con los neandertales, de los que divergieron hace unos 400.000 años. También nos ha enseñado el ADN que la hibridación entre especies ha sido constante en nuestra evolución. Para entenderlo mejor debemos retroceder y volver al continente madre.
En paralelo a lo que iba sucediendo en la inmensa Eurasia, las poblaciones africanas de H. ergaster continuaron su andadura evolutiva desde su origen hace 1,8 Ma. Podemos rastrear sus avatares y reconocer a sus descendientes en los cráneos de Daka (Etiopía) y Buia (Eritrea), ambos de 1 Ma. Su capacidad encefálica aún no había traspasado el simbólico umbral del litro (1.000 cm3) y su anatomía recuerda a la de sus congéneres asiáticos. Al igual que en Europa, también en África la fecha del millón de años es crítica para la evolución humana, un tiempo en el que suponemos la existencia del antepasado común de los homininos de cerebro grande.
Pero lo cierto es que no se han hallado claros representantes de H. antecessor en África. Poco sabemos de lo que allí aconteció entre hace entre 1 y 0,6 Ma, y hay que avanzar más en el tiempo para encontrar en los restos mesopleistocenos de Bodo (Etiopía) y Kabwe (Zambia) pruebas claras de un aumento del encéfalo. Los indicios hacen pensar que estas poblaciones africanas representan las raíces de los humanos anatómicamente modernos, si bien hay discrepancias en el modo de especiación mediante el que surge H. sapiens. Por su parte, los datos genéticos de e las poblaciones actuales sostienen que nuestra especie se diferenció en un evento rápido y geográficamente bien localizado. Sin embargo, los hallazgos recientes de restos humanos de hace 315.000 años en el yacimiento marroquí de Jebel Irhoud plantean la posibilidad de que, igual que los neandertales, el H. sapiens surgiera de una evolución panafricana gradual y deslocalizada a través de procesos complejos de mestizaje.
Sea como sea, lo cierto es que una vez apareció nuestra especie se produjeron intensos movimientos poblacionales. Desde el continente donde empezó todo arrancaron sucesivas oleadas migratorias conocidas como Out of Africa. Al igual que hace casi 2 Ma, las primeras colonizaciones de H. sapiens alcanzaron Eurasia, pero, a diferencia de aquellas, estas alcanzaron Australia. La llegada a las Américas y a Polinesia completan la expansión global de los homininos. Investigaciones de la última década han revelado que en este fenómeno expansivo, distintas especies humanas han intercambiado genes. Destaca la hibridación sucedida hace unos 60.000 años en Oriente Medio, cuando las poblaciones de H. sapiens que salieron de África se encontraron con los H. neanderthalensis allí residentes. Como resultado, aquellos colonos arrastraron los genes neandertales incorporados en su posterior dispersión hacia todos los confines del planeta. Esto explica que buena parte de la humanidad actual descendiente de los out of Africa conservemos muchos milenios después un 2 % de herencia neandertal en nuestros cromosomas.
Tras este rápido repaso a la historia del linaje humano queda claro que nuestra evolución no se puede resumir en un proceso ascendente y simple, sintetizado en una sencilla secuencia de cambio. Por el contrario, los seres humanos somos el fruto de un entramado de procesos evolutivos, con especializaciones locales, extinciones e intercambios genéticos que definen una compleja red de especies e interacciones.