Por Anette Espinosa
La Habana.- Alina Bárbara López Hernández entra en ese selecto grupo de personas que quisiera conocer algún día, invitarla a un café y hacerme una foto con ella. Una foto para mostrarla a mis hijos y a mis nietos, a los amigos y a aquellos que no lo son tantos, porque la profesora matancera es una mujer de verdad, una de esas que destilan dignidad en todo lo que hacen.
Alina, la profesora, la que dedicó su vida a enseñar, ahora le muestra a un pueblo el camino de la libertad y del decoro, y lo hace con una clase inaudita, con métodos que el régimen no imaginaba. Lo hace con decencia, con civismo y los descoloca en cada momento, a cada paso, en todas las situaciones. Y eso a ellos, a los del régimen, los molesta, porque prefieren a un gritón, a un alborotador. Esos son sus preferidos, para golpearlos y luego encarcelarlos llenos de moretones. Y después armarles una leyenda de que están pagados por este o aquel.
Pero Alina Bárbara es diferente. Su argumento es la verdad. Y no necesita de abogados que la defiendan o que acudan con ella a un juicio amañado, donde sabe que siempre será culpable, pero en el cual los inquisidores tendrán que hilar fino, porque ella conoce a la perfección las leyes y de las violaciones del sistema.
Tanto miedo tiene de Alina el castrismo y su policía política que, previo al juicio, tomaron todos los puntos de acceso a la ciudad de Matanzas, para impedir que llegaran los seguidores de la profesora. En la terminal de trenes montaron un puesto de mando, bloquearon la Vía Blanca. A Jenny Pantoja no la dejaron entrar a la ciudad. La detuvieron al llegar por ferrocarril y en una impresionante carrera de relevos, en autos de policía, la devolvieron a La Habana, con la prohibición de moverse de casa.
Jorge Fernández Era logró entrar. Hizo un viaje en moto, según contó, y logró romper el cerco de segurosos y policías, pero tampoco pudo acudir al juicio de Alina, porque lo detuvieron cuando iba al tribunal e hicieron como con Jenny: una carrera de relevos en autos, escoltado en ocasiones hasta por cuatro agentes, y lo regresaron a su casa en La Habana, con acta de advertencia incluida. Otra acta más, como cuenta el escritor y humorista.
El castrismo no tiene combustible, no hay ambulancias, los hospitales se caen a pedazos, en las escuelas no hay ni pupitres, el pueblo se muere de hambre, pero la policía política tiene todos los recursos que necesita para perseguir a quienes piensan diferente al gobierno y lo manifiesten. Nada hay en Cuba más importante que conservar el poder, y los gobernantes saben que Alina Bárbara es un ejemplo en la lucha del pueblo cubano.
La profesora matancera jamás usa una mala palabra, nunca escandaliza, no ofende. Su protesta es pacífica, civilizada, tranquila, pero ni eso admiten los gendarmes del régimen, mientras sus agoreros van por el mundo vendiendo la imagen de país tranquilo, donde se respetan los derechos humanos.
Alina Bárbara López Hernández no vive en una mansión, y no tiene canales de televisión a su servicio. Tampoco es líder de ningún partido político. Solo es abanderada de los derechos de todos los que nacieron en Cuba, sobre todo de aquellos a los cuales les cercenaron los sueños, les coartaron sus libertades y pretenden enterrarlos vivos en las mazmorras del régimen.
Alina es mi ídolo. La adoro por su tranquilidad, por su valentía, por su inteligencia, por esa habilidad para descolocar al régimen, movilizarlo, alterarlo, por convertir sus musculosos gendarmes en peones de bolsillo sin argumentos, por poner sobre el tapete cada una de las violaciones del sistema y todas sus mentiras.
Cuba necesita de muchas Alina, pero antes es necesario cuidar a la que tenemos.