Por Irán Capote
Pinar del Río.- Una ciudad me habita. Ha construido su guarida dentro de mi. No sé en qué punto exacto comenzó la metamorfosis. Antes andaba yo, cual eterno deambulante, de casa en casa, de barrio en barrio, habitando sus paisajes más sórdidos y también, en algunos pocos espacios elegantes.
Andaba yo, buscando un hueco donde meterme, un hueco donde construir mi morada en alguna de sus esquinas. Un hueco pequeño dónde incubar mi poesía. Y fue pasando el tiempo. Y la casa no llegaba, no ha llegado nunca. Y tal vez no llegará. Lo he entendido, quizás a mi manera rebelde y sin causa. Primero creí que toda la cuidad sería mi casa, cambiaba de alquiler como quien mueve los muebles de su casa, o como quien cambia su dormitorio de habitación en habitación. Con cada mudanza, con cada cierre de contrato con los caseros, me ponía feliz. Tenía la opción de moverme hacia otra zona, más linda o más fea. La ciudad fue entonces mi casa grande. El café de las esquinas ha sido el café que puedes servir en el patio o en la sala de tu propia casa. Y el éxodo de los habitantes me ha golpeado de la misma forma en que golpea el exilio dentro de una casa. No he tenido recato al mostrar sus partes hermosas y también sus desastres. Le he creído tan mía, que no he podido advertir el punto exacto en el que la ciudad dejó de estar afuera para quedarse adentro de mi.
Ahora, cuando deambulo, cuando cierro contratos con los caseros y cambio de zona, no soy yo quien ha de moverse, sino la ciudad que me habita.
