Por Arturo Mesa
Atlanta.- Es ilógico fajarse contra uno mismo y esa es la impresión que tengo cuando escucho los debates sobre la existencia de esas empresas privadas.
Para empezar, la pequeña empresa no es el Estado, ellos son, tú y yo con la misma necesidad de tener fuentes de ingresos regulares, lo que algunos tienen más dominio de las ciencias económicas y gustan del riesgo. Yo no sabría ni cómo empezar.
Tendríamos que recordar que el boom del turismo se nos dio cuando nos lanzamos a chapistear autos, a crear bares y paladares y cuando ofrecerle una comida a una familia en Viñales reportaba más que la cosecha de la hoja de tabaco.
Pero hay que comprender que, en nuestras condiciones económicas, el negocio del cuentapropista está lejos de funcionar como funciona en el mundo. No somos una economía capitalista, no tienen ni de dónde sacar divisas ni en dónde comprar a precios mayoristas. Por ende, la tendencia natural es a subir precios, lo que sucede es que son necesarios debido al desinterés que el Estado ha mostrado en resolver los problemas de la población.
Nos dicen que: “No hay”…, “este mes no podemos dar la cuota entera” …, “y el bloqueo esto y el bloqueo aquello…”
En el capitalismo el Estado pone impuestos y te pone al alcance todo lo que necesites para, de cierta forma, quitarse el problema de arriba.
En la sociedad que se nos ha dibujado, el Estado tiene un papel preponderante y funcionará, -si y solo si-, lo ejerciera. Lo que no lo hace y nos abandona entonces a la suerte del mercado, que va y hasta lo agilizaron para tener a quién echarle la culpa, porque la realidad es que, al que se hace llamar socialista, le toca proveer lo básico. Y no es si un sistema es superior al otro o no, es que se parte de una fórmula que se ha roto en Cuba, desde antes de la infame tarea ordenamiento.
Si los medios de producción y las tierras son de ellos, pues de ellos ha de ser la producción, la distribución y el control, pero su fórmula económica es irracional y cada vez son más los decepcionados con medida tras medida que no logra efecto alguno.
Si yo, como Estado, pongo una cantidad de frijoles, arroz y cerdo en el mercado, ningún particular puede sobrepasar ese precio porque estoy en mejores condiciones de ofertar ese precio (además de ofertar empleo y buenos ingresos) y, por sobre todas las cosas, es mi deber como promotor de un sistema distinto. Pero esto no sucede, dejando el camino limpio para la especulación de precios.
En la sociedad que nos dibujaron tiene que haber una cantidad de productos al alcance de todos, de lo contrario y muy a pesar de las justificaciones, el proyecto fracasó y es hora de que alguien se llene de dignidad y lo afirme. Es total responsabilidad del estado socialista proveer lo básico y A PARTIR DE AHÍ, darle paso al emprendedor a que complemente con calidad, con variedad e innovación, pero no con el monto (nunca con el monto) porque el monto domina el mercado y, si yo me digo socialista, el mercado lo domino yo, para que todos tengamos acceso.
Si se tratara de zapatos, la cuenta no me interesaría tanto, pero cuando se trata de alimentos hay un compromiso estatal ineludible de proveer a toda costa y no dejar lo básico al juego del mercado, porque nos han dicho y prometido que no somos economía de mercado.
Bajo los supuestos de una sociedad en donde no prime el mercado no hay excusa entendible a esta ecuación, sino prima el mercado tiene que primar el Estado, de lo contrario nos esperan peores cifras de migración. El privado y su negocio garantizan algo a lo que muy pocos tienen accesos, pero está ahí, y él no es el culpable del desbalance macroeconómico creado.
Al privado en otras latitudes hay que créales leyes porque la inteligencia se dispara y sobrepasa el interés común, incluso en el capitalismo y por ello se regula, pero de la misma forma, crea riquezas y empleos, como no las puede crear nadie y se les da autonomía. El Estado funciona entonces como regulador del acceso. En nuestras condiciones, si el particular no estuviera, solo habría tarimas vacías con el precio de cada ingeniosa justificación.
Nuestros gobernantes son los primeros que nos aseguran que la economía es socialista, y ni siquiera entienden esta sencilla fórmula. Aún no creo que sean personas de mal pero son y han sido colosales incompetentes a cargo de cada una de nuestras vidas y juegan con ellas a la ruleta rusa hasta ver si sale la bala, con toda la responsabilidad que ello implica, incluyendo el desangre de nuestra decendencia, porque renunciar al proyecto (que no entienden) no es una opción.