Por Padre Alberto Reyes ()
La Habana.- Durante la visita a unos amigos, mis ojos tropezaron con un dibujo hecho a mano, sin mayores pretensiones artísticas. Era un dibujo viejo, maltratado por el tiempo, pero cuidadosamente enmarcado. Mostraba dos rostros de perfil, uno frente al otro. Ambos se miran, ambos sonríen, ambos tienen rostros amigables, sólo que, dentro del cerebro de uno crecen flores, y dentro del otro hay unas tijeras.
Me pareció una metáfora de la vida, de la vida en cualquier parte del mundo, pero en especial de nuestra tierra, donde día a día asistimos a un duelo entre flores y tijeras.
Somos un pueblo que quiere florecer, sabiendo que siempre, junto a las flores, hay espinas, plantas que mueren, bichos molestos, plagas y dañino mal tiempo, porque el paraíso no es de este mundo, y los agobios, los problemas y los sufrimientos siempre estarán presentes, por muy hermosa que sea la primavera.
Pero queremos la primavera, no esta aridez estéril que nos consume y nos sumerge.
Queremos que lo básico sea “lo habitual”: comida, agua, vestido, medicamentos, transporte, posibilidades de descanso. Queremos que la vida no sea una perenne y agobiante carrera de obstáculos, un “resolver y resolver” hasta el infinito ilimitado. Queremos tener una economía propia, ganada con el propio esfuerzo, que nos permita adquirir lo necesario y acceder a esas cosas que, como diría Carlos Varela, “no son necesarias, pero ayudan a vivir”.
Queremos seguridad, para nosotros y para nuestros hijos, y sentirnos protegidos de la violencia, tanto de aquella que puede llegar de la sociedad misma, como de aquella que puede venir de los órganos administrativos y represivos, que han sido concebidos para cuidar al ciudadano y defender el bien común, y no para vigilar y coartar la libertad.
Queremos sentirnos respetados y escuchados. Queremos que se tenga en cuenta nuestra voz, poder acceder a los medios de comunicación social, a la pluralidad de opciones políticas, a la elección directa de aquellos que preferimos que nos representen en los estratos de poder.
Queremos tener la posibilidad de vivir según nuestros propios valores, y de promoverlos, de enseñarlos públicamente, pudiendo elegir la educación que queremos para nuestros hijos.
Queremos libertad, para hablar, para construir, para expresar nuestra creatividad, para viajar, para elegir la vida que ansiamos edificar.
Sí, queremos la primavera, y estas, nuestras flores, brotan en nuestra mente y en nuestro corazón una y otra vez, día tras día, mientras siempre, de un modo o de otro, se enfrentan a las tijeras.
Tijeras gubernamentales, afiladas con mentiras y promesas incumplibles, con mensajes de miedo y de violencia, con actos de secuestro de nuestras libertades.
Tijeras de nuestra familia, de nuestros compañeros de trabajo, de nuestros amigos… prestas a cortar, desde sus miedos o sus desencantos, nuestros retoños de esperanza, esos brotes que nacen inspirados por la luz y que despuntan anhelando el final de esta noche.
Y tijeras también, terribles, que empuñamos con nuestras propias manos, cuando rendidos, vencidos, nos resignamos a sobrevivir desde la tristeza, desde la mirada que no cree ya en la luz.
Por eso, he estado pensando en mis flores, en mis retoños de esperanza, a los cuales me toca cuidar y proteger, a los cuales sólo yo puedo hacerlos capaces de resistir el filo cortante del mal y la desesperanza.