JULIO LOBO, LA FORTUNA MÁS GRANDE QUE TUVO CUBA ANTES DE 1959

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Tomado de Nostalgia Cuba ()
La Habana.- Cercano a la medianoche del 11 de octubre de 1960, Ernesto “Che” Guevara citó a Julio Lobo en su oficina en el Banco Central de La Habana. Lobo, capitalista declarado, era el hombre con la fortuna más grande de Cuba y aún no se la habían intervenido.
“Ha llegado el momento de decidirse. La Revolución es comunista y tú eres capitalista. Puedes quedarte y ser parte del cambio, o irte”, le dijo el Che, que tenía apenas 32 años.
Con tan solo 21 años de edad, y recién salido de la universidad, Julio Lobo firmó lo que quizás fue el acuerdo de azúcar más lucrativo en ese momento con la firma británica Tate and Lyle. Se calcula que el negocio tenía un valor de unos 6 millones.
La filosofía de Lobo era que la única manera de ganar dinero era hacerlo limpio
La fortuna de Lobo ascendía a unos $200 millones, ya que entre sus bienes figuraban 16 centrales azucareros, 22 almacenes, más de 300.000 acres de tierra, un banco, una compañía de seguros y oficinas en La Habana, Nueva York, Londres, Madrid y Manila. Si esa fortuna se midiera con los parámetros actuales ascendería a no menos de cinco mil millones.
El Che quería que Lobo se encargara de dirigir la recién nacionalizada industria azucarera. A cambio, Lobo podría quedarse con la mansión donde vivía y con el usufructo del Tinguaro, uno de sus 14 centrales azucareros, su preferido.
El resto, más sus almacenes, refinerías, la corredora de azúcar, su agencia de radiocomunicaciones, su banco, su naviera, la aerolínea, la empresa aseguradora, la compañía petrolera… pasarían de forma apremiante “al pueblo”, es decir, a la “Revolución”.
Llegó a convertirse en uno de los hombres más ricos de Cuba.
Lobo tragó en seco. No respondió al momento. Le pidió que le diera unos días para pensarlo… pero la decisión ya había sido tomada.
A la mañana siguiente, cuando llegó a su oficina, le pidió a su secretaria que le ayudara a apilar algunos papeles fundamentales, que luego formarían el archivo que aún conservan sus descendientes en Florida.
“Es el fin”, se cuenta que le dijo.
Dos días después, cuando el avión levantó vuelo rumbo norte desde el aeropuerto al este de La Habana, Lobo vio perderse en el mar, por última vez, “la isla que más amó”.
Su biblioteca especializada en temas azucareros era la mejor y más completa de Cuba y tal vez de todo el mundo. Sobresalían en su pinacoteca obras de Da Vinci, Rafael, Miguel Ángel y Goya, entre otros grandes pintores, y era famosa su colección de incunables y de libros únicos y raros. Lo obsesionaba la personalidad de Napoleón, de quien llegó a poseer una amplia colección de reliquias y más de 200 mil documentos, que dejó a la nación en depósito y que se atesoran hoy en el Museo Napoleónico de La Habana.
La mayor parte de su fortuna la había invertido en Cuba, por lo que le tocó empezar de nuevo. Durante algún tiempo le fue bien, pero su suerte nunca más sería la misma y terminó perdiéndolo todo por segunda vez. Cinco años después de huir de Cuba y asentarse en Nueva York, de especular en la bolsa, de hacer una nueva fortuna y volverla a perder casi completa, entendió entonces que era tiempo para un nuevo exilio y viajó a radicarse en España.
Pasó sus últimos años al cuidado de su primera esposa, de la que se había divorciado muchos años antes. Ya para entonces solo podía mover los ojos. Pidió que lo inhumaran en guayabera. Una bandera cubana cubría su ataúd. Ese fue su deseo.
En La Habana -y en casi en cualquier otra provincia- solo los más viejos recuerdan a estas alturas quién fue Julio Lobo. Su memoria se desvaneció en el tiempo, como su fortuna, sus cuadros y el viejo pasado de la “isla del azúcar”.

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