Por Arnoldo Fernández ()
Contramaestre.- Fue amiga de mi padre, alfabetizadora, maestra makárenko; estuvo donde hizo falta para hacer la obra educacional del país. Toda su juventud la dedicó a la utopía de una mejor educación.
Me la encontré hoy y no paró de hablarme, era mucho su desencanto:
– ¡No es justo lo que pasa con nosotros! ¡No es justo!
Me habló de las medicinas necesarias para sobrevivir una enfermedad que no tiene nombre. Me habló de su esposo postrado. Me habló largo. Me aplastó su dolor.
-¡Mil 525 pesos es la pensión de un maestro! ¡Cuba duele! ¿Adónde fue a parar la justicia? ¡Nadie escucha! ¡Nadie!
Miró las vendutas en la calle, las miró con infinita tristeza. Se me hizo un nudo en la garganta. Nos abrazamos. Luego la seguí hasta que se perdió en su pobreza, que es la de todos, que es la mía, que es la de un pueblo cansado de esperar y necesita un puñado de esperanza para no morir de frustración.