Las extinciones masivas de la vida pluricelular
La última extinción, y también la más conocida, se produjo entre el Cretácico y el Terciario, durante la cual desapareció la mayoría de los dinosaurios, reptiles marinos y una parte considerable de fauna y flora, y permitió la posterior diversificación de aves y mamíferos. Pero antes se consideran otros cuatro eventos: la extinción del Triásico —cuyo suceso abrió la puerta a la expansión de los dinosaurios—, la del Pérmico, conocida como ‘la Gran Mortandad’, la del Devónico y la del Ordovícico-Silúrico, la más antigua de todas.
Estos cinco eventos de extinción masiva se consideran los más impactantes en la historia de la vida en la Tierra. La denominación «masivas» da una idea de la magnitud de estos sucesos. Sin embargo, en ocasiones, se pasa por alto un capítulo crucial que precede a todos ellos.
Mucho menos conocido, cuando la vida en la Tierra era exclusivamente unicelular, hace miles de millones de años, sucedió un evento de extinción que desempeñó un papel esencial en la evolución temprana de la vida y creó un escenario evolutivo único para las formas de vida que surgieron después. Un evento aún más grave que la Gran Mortandad del Pérmico.
Las condiciones de la Tierra primitiva
En los primeros cientos de millones de años de la Tierra, nuestro mundo era radicalmente diferente, especialmente la atmósfera; actualmente compuesta, como diría Mecano, por oxígeno, nitrógeno y argón, con trazas de otros gases como vapor de agua y dióxido de carbono. En claro contraste, la atmósfera primitiva estaba dominada por gases como metano, amoníaco, monóxido y dióxido de carbono, hidrógeno, cianuro y vapor de agua.
En este planeta antiguo, de condiciones tan extremas y desafiantes, la vida surgió, evolucionó y se adaptó de maneras diferentes y extraordinarias; a base de microorganismos unicelulares y procariotas —organismos sin núcleo celular, como las bacterias y las arqueas actuales—.
Bajo la influencia de una atmósfera reductora, estos primeros organismos dependían de procesos metabólicos anaeróbicos, como la fermentación, para obtener la energía necesaria para la supervivencia. Algunos adquirieron la capacidad para utilizar fuentes de energía muy diversas, como la quimiosíntesis, que les permitió prosperar en entornos de recursos limitados y condiciones, a menudo, inhóspitas.
La fotosíntesis, un avance evolutivo revolucionario
De entre todos aquellos microorganismos, un grupo de bacterias —las cianobacterias— adquirieron una adaptación evolutiva que cambió drásticamente el planeta. A diferencia de los organismos fermentadores, heterótrofos, estas bacterias podían generar su propio alimento, sin depender de reacciones químicas, lo que los distingue de los quimiosintéticos.
Obtenían la energía de la luz. Había nacido la fotosíntesis.
Pero había un inconveniente. Durante el proceso, las cianobacterias absorbían el dióxido de carbono del ambiente, y expulsaban oxígeno; una sustancia altamente tóxica. Al principio, este oxígeno liberado se diluía en el agua y se acumulaba en las rocas. Luego comenzó a liberarse a la atmósfera y a reaccionar formando ozono, que se acumuló en capas altas.
A pesar de todo, la fotosíntesis resultó ser una de las adaptaciones evolutivas más exitosas. Los organismos fotosintéticos solo necesitaban luz para continuar viviendo, y este recurso no se agotaba como otros. Rápidamente se diversificaron, y dominaron el planeta. La liberación masiva de oxígeno a la atmósfera generó un evento sin precedentes: la llamada Catástrofe del Oxígeno o Gran Evento de Oxidación.
La Catástrofe del Oxígeno, el mayor desastre ambiental
El Gran Evento de Oxidación es el mayor desastre ambiental del que se tiene constancia, pero a diferencia de otros eventos masivos, se produjo de manera gradual, no repentino. Se estima que comenzó hace entre 2400 y 2050 millones de años, y durante millones de siglos, el oxígeno se fue acumulando hasta llegar a los niveles que nos resultan cotidianos, hace entre 540 y 850 millones de años.
Ningún otro evento de la historia de la vida transformó la atmósfera de una forma tan masiva, y mucho menos, permanente. La vida, que hasta entonces se había desarrollado sin dependencia del oxígeno, se vio amenazada por este nuevo elemento y la crisis derivó en una reducción masiva de la biodiversidad. La mayor parte de los organismos quimiosintéticos y fermentadores desaparecieron por la toxicidad del oxígeno.
Pero como suele suceder, hay crisis que se convierten en oportunidades y así fue para algunos organismos. No tardó en aparecer un nuevo avance evolutivo, también en un grupo de bacterias, que podían vivir en un entorno rico en oxígeno y además aprovechar ese oxígeno en sus procesos metabólicos: la respiración. Un avance tan positivo, que se generalizó en gran parte de las formas de vida supervivientes. Cuando hicieron su aparición las primeras células eucariotas —con núcleo diferenciado, como las que conforman nuestro cuerpo—, a partir de las llamadas arqueas de Asgard, no tardaron en asociarse con bacterias capaces de respirar, que pasarían a convertirse en las mitocondrias.
Las consecuencias del Gran Evento de Oxidación no solo reconfiguraron los ecosistemas existentes, sino que también allanaron el camino para la evolución de nuevas formas de vida adaptadas a un entorno rico en oxígeno. Este episodio, inicialmente devastador, abrió la puerta a una nueva biodiversidad de complejidad evolutiva creciente, hasta alcanzar el punto que presenciamos hoy. Y los seres humanos somos, al fin y al cabo, herederos de los pocos linajes que lograron sobrevivir a aquella Crisis del Oxígeno.