La dieta del ejército romano tenía como base la tríada mediterránea: cereales, vino y aceite, junto a otros aderezos y alimentos adquiridos de la caza y pesca.
La Habana.- En un ejército es tan importante la preparación de los soldados para el combate como la logística que permita rendir al máximo nivel a todos sus componentes. Una espada mal afilada no corta, pero igual de inútil es un caballo deshidratado o un legionario debilitado a la hora de batirse contra el enemigo por la falta de alimentos. Por tanto, la dieta del ejército romano y la organización de la alimentación en el contexto bélico fue un asunto clave para las conquistas, expansión y consolidación de Roma a lo largo de todo el territorio que llegó a tener bajo su control.
Dieta mediterránea para conquistar el Mediterráneo
De entrada, hay que tener en cuenta que no se puede hablar del ejército romano como una pieza monolítica de la que tengamos una descripción homogénea. La historia de la antigua Roma abarca más de 1000 años y, como es lógico, su ejército tuvo muchos cambios a lo largo de este proceso. Sin embargo, ello no impide extraer algunas ideas generales sobre la dieta de los soldados romanos. Según José Manuel Costa García y Raquel Casal García, del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Compostela:
“La dieta del soldado romano (cibaria, cibus castrensis) no se diferencia en exceso de la del civil de a pie, teniendo como base la tríada mediterránea. El trigo –cuando no otro cereal por dificultades de abastecimiento-, constituye la base de la misma y su principal aporte calórico. A él hay que añadir las legumbres –sobre todo lentejas- y verduras -judías- de todo tipo, que tienden a variar de acuerdo con las condiciones de cada región. Los otros dos elementos fundamentales de la dieta era, por supuesto, el aceite y el vino, en especial el de carácter agrio (acetum), cuyo aporte calórico resulta imprescindible en una dieta equilibrada. Como complementos alimenticios actuarían los productos lácteos –leche y queso-, mientras que la carne solía estar representada por el tocino –en ocasiones sustituto graso del aceite-. La sal era fundamental tanto para aderezar como para conservar. Finalmente, la miel favorecía la condimentación de los alimentos”.
Los soldados comían tres veces al día (al menos entre los siglos I y III d. C.). El desayuno o ientaculum tenía lugar al amanecer, antes de empezar con las operaciones del día. El prandium equivaldría a nuestro almuerzo del mediodía. Y la coena era la última comida del día, que solía ser más copiosa y se alargaba más, con productos quizás más elaborados y comida caliente, mientras que en el desayuno y el almuerzo se hacían comidas rápidas que no apelmazaran la actividad castrense.
Diferencias sociales y posibilidades geográficas
Con todo, es necesario insistir en que esta descripción básica y esquemática de qué comían y cuándo los soldados romanos, responde a nuestro afán por divulgar ideas concretas, pero no podemos olvidar que las circunstancias a lo largo de siglos llevaron a una improvisación constante por parte de Roma para con sus ejércitos y, más importante aún: el Imperio romano ocupó un vasto territorio por todo un Mediterráneo en el que, dependiendo de la zona, la época del año y el clima podían o no encontrarse las vituallas descritas en el párrafo anterior.
Además, hay que tener en cuenta que los ejércitos de Roma estuvieron formados por integrantes de orígenes muy diversos y “de acuerdo con su procedencia geográfica y credo religioso, los soldados pueden estar habituados a una dieta cuyo cambio radical provocaría una severa nostalgia e incomodidad. De ahí la importancia de una dieta única en sus elementos básicos para todo el ejército. Asimismo, no podemos subestimar la importancia de la dieta como elemento de diferenciación cultural, aspecto que no se ciñe únicamente al tipo de alimentos ingeridos y a su preparación, sino también al hecho social y comunicativo de su ingestión”.
Tener controlados los ríos y, en general, lugares donde poder abrevar, era sumamente importante a la hora de gestionar los recursos necesarios para mantener a un ejército, sobre todo en jornadas de desplazamiento a la que tan bien hicieron las famosas calzadas romanas. Sin embargo, muchos autores coinciden en que la bebida más recurrente de los militares durante el Imperio romano fue la posca, vino agrio o vinagre rebajado con agua al que se le añadía miel y hierbas. Cumplía con varias funciones: refrescaba, desinfectaba el agua y aportaba una buena cantidad de calorías.