Por Gretell Lobelle
Mantilla.- En esos días que pienso dejar el aula, no sé cómo algo siempre me desvirtúa el deseo. Llega un texto, una llamada de un alumno pidiendo ayuda con situaciones disímiles. He estado en medio de sus líos. Tengo la confianza de muchos. Algunos colegas a veces me acusan de madraza o paternalista. Yo no puedo ser indiferente, dejar de conmoverme, implicarme con otro ser humano.
Quizá no sea un buen docente, pero el gusto por enseñar, para mí, lleva implícito esa comunión con mis estudiantes. Leo mucho a Paulo Freire. He encontrado en sus propuestas de educación popular, técnicas y modelos acertados. Freire dice que «enseñar exige pensar acertadamente y coherencia con lo que se dice y lo que se hace». Por eso trato de ser consecuente en el aula. Es difícil. Lleva un esfuerzo extraordinario.
Ayer un amigo me decía que le guardara Cuba: » si hay alguien que puede aguantar aquello, conservándomela con decencia y cordura eres tú». Pienso al final del día en qué me equivoqué o qué pude hacer mejor. Me agoto. Entonces algún chiquillo me escribe, llama para cualquier cosa o entro a un aula y se me olvida todo lo feo.
Dos grandes pasiones tengo, el aula y las bibliotecas. Con cada una me peleó y reconcilio constantemente, sin dejar de reconocer que resultan más alivio que otra cosa. Quizá en esos sitios encuentro la pluralidad de la gente. Mi militancia está en ser cada día un mejor ser humano y convidar al resto a que lo sea.
Hoy es el Día Internacional del estudiante. Pienso en ellos y su futuro. Pienso mucho en mi hija, que también es estudiante. Todo lo que hacen, absolutamente todo, está bien. Cada persona que asumo en tutoría se vuelve mi responsabilidad desde el afecto. Los he seguido, los sigo y acompaño a todos, según van creciendo profesionalmente y se vuelven mis afectos.
El aula es espacio de construcción de conocimiento, no un sitio escolástico de repetición de saberes. Este siglo XXI es siglo de cambios, movimientos, transformación, mezcla de disciplinas y sobre todo el siglo de la pluralidad.
Mis días van de simples cosas. Si logro que un estudiante sea más inclusivo, tolerante, plural estaré más que satisfecha. Los saberes se enseñan mostrando herramientas y en la práctica, a ser un buen hombre o mujer no.
Convidar y ser un buen ser humano, es un ejercicio diario, un activismo en función de las minorías, los vulnerables, los invisibles de cualquier sociedad.
Les digo a mis alumnos que una mala persona nunca será un buen profesional y de ahí parte aquello que comparto. Por ese tamiz pasa el conocimiento que se construye en un aula. Esa es mi libertad de cátedra.